Metafísica del autostop


Jorge García-Robles

 [Dean Moriarty fue] una afirmación salvaje de la explosiva

 alegría americana; era el Oeste mismo, el viento del Oeste,

un poema venido de las praderas, algo nuevo, mucho antes

                                      profetizado, proveniente de un lugar lejano.

Kerouac, On The Road

 

 

Hay libros que perduran y libros que se olvidan; libros que conservan su actualidad y libros que agonizan y mueren; hay libros que sobreviven gracias a una crítica que los sacraliza y libros que supuran vida y obligan a la crítica a hincarle los dientes.

En el camino de Jack Kerouac es un libro que más allá de las críticas –o de su ausencia–, del ninguneo y la desestimación por parte de la academia, continúa reditándose, escrutándose, consumiéndose, celebrándose… A diferencia de otros libros que se publicaron en la misma época y cuyo interés desapareció, En el camino es de esas obras que, de manera natural, carente de marketing planeado y sin el espaldarazo bautismal de la crítica, ha echado raíces en un humus orgánico donde tronco, ramas y arborescencias parecen no dejar de crecer.

¿Por qué a 65 años de su publicación y a 70 de haberse escrito, miles de personas en todo el mundo continúan leyendo En el camino, por qué le rinden pleitesía, lo adoptan como faro conductual y lo colocan en una suerte de altar contracultural?

Me parece, en primer lugar, debido a que el uso que los lectores le dan a esta obra –porque los libros se usan como los zapatos– es más ético que literario. Kerouac y otros escritores beat, más que lectores tienen fans, seguidores, feligreses de un ideal generacional que sigue vivo y que se inspira en un espíritu beat expuesto, además de en otros autores, en las obras de Kerouac, en especial en la que nos ocupa.

La clave para entender la vigencia de En el camino radica en el hecho de que su fuerte magnetismo proviene más de su ideario que de su arte, más del modelo de vida que encarnan sus personajes –todos ellos tomados y recreados de la vida real, lo que también es clave porque no estamos ante una obra de ficción clásica– que de la bienhechura de su prosa, más de la vida que de la literatura, aunque en este libro, como en otros, Kerouac quiere ensamblar ambas y no segregarlas.

Pero acerquémonos más a este espíritu beat expuesto en En el camino, rastreando el significado que posee su héroe-protagonista, alma y esencia del libro: Dean Moriarty.

           

 

¿Quién es Dean Moriarty?

 Dean Moriarty-Neal Cassady, el héroe de En El camino, personifica y simboliza el modelo más significativo –no el único– del espíritu beat. Entronque entre la tradición literaria norteamericana y el nuevo discurso generacional creado con cierta inocencia por Kerouac, Moriarty es para nuestro autor el epítome de una nueva forma de ser generacional y a la vez un eslabón de la cadena que conforma la literatura norteamericana.

Comparado con otros héroes de la literatura norteamericana y europea moderna, Moriarty es un héroe sui géneris; su investidura no es la del guerrero derrotado, la del sueño americano vuelto pesadilla; Dean Moriarty es un héroe intacto, vital y dionisíaco, que nada ni nadie lo vence porque su lucha no es contra alguien o algo; de hecho, ni siquiera lucha por un ideal y mucho menos se propone enfrentar a un enemigo; su punto de partida y de llegada es él mismo, su voluntad de poder, de querer, de desear; carece de ideales que cumplir, de códigos morales a qué apegarse, en él sólo existe la fisiología de un hombre que se deja llevar por un instinto del placer que lejos de ser un imperativo moral es una clara y natural muestra de la biologicidad de su conducta. Dean Moriarty es pura hormonalidad. A Nietzsche le hubiera fascinado.

La vitalidad de nuestro héroe no deriva en derrota o suicidio, como una multitud de novelas europeas del siglo XIX que tenían a Napoleón Bonaparte como arquetipo de héroe literario y cuya biografía representa un modelo de fracaso; tampoco emula el destino del capitán Ahab de Moby Dick, de Jay Gatsby de El Gran Gatsby, de Clyde Griffiths de Una tragedia americana, todos ellos héroes fallidos, de los retorcidos y apabullados personajes de Faulkner, incluso de Holden Caufield de El guardián entre el centeno o de Charles Foster Kane de El ciudadano Kane.

 

Un modelo beat pagano-dionisíaco

 Si hemos de calificar la conducta de Moriarty diríamos que su paradigma es más pagano-dionisíaco que budista-hinduista-orientalista, que es otro modelo de espíritu beat practicado por Ginsberg y Gary Snyder, entre otros. Ambos comparten la búsqueda de experiencias extáticas, pero mientras los orientalistas la creen poder obtener mediante la contemplación y la meditación, Moriarty la busca a través del exceso de vitalidad mundana, biológica –como las orgías dionisíacas– que tarde o temprano, según Kerouac, deriva en trascendencia espiritual.

De este modo, nuestro héroe de En el camino no quiere amor y paz, como el ideal hippie de los 60’s, no quiere retirarse del mundo y trascenderlo vía retiro espiritual, como lo pregona el ideal orientalista-iniciático de Ginsberg y Snyder, no quiere como Baudelaire huir desesperado anywhere out of the world, tampoco rechaza el mundo convencional, del que ciertamente no forma parte, para pretender cambiarlo a la manera de los socialistas o anarquistas; lo que quiere es experimentar cada minuto de su vida de manera intensa, explosiva, arrebatada, ahí donde se encuentre, ya sea estacionando autos en Nueva York, fornicando a una chica advenediza o conduciendo un coche a alta velocidad, es decir, fluyendo en el camino, en una existencia móvil, en una dinámica heracliteana donde la energía ha de fluir en un continuum y en donde el espacio social –por más que no se esté de acuerdo con él– es sólo un reto o un obstáculo que hay que descifrar y utilizar para lograr este objetivo.

En este modelo de espíritu beat la apuesta vital del héroe es acendradamente individual, a través de él no se busca ni la salvación de los otros ni la de uno mismo, aquí no hay fe cristiana ni ideal humanista; se trata de exprimir hasta la última gota del néctar de la vida en cada instante que se vive y no de redimir al mundo y a uno mismo de su pecados o torceduras morales. Neopaganismo dionisíaco puro.

 En el camino no es entonces un drama, ni una comedia, ni una tragedia, es la crónica literaria de las hazañas de un héroe de nuevo cuño en el contexto de la literatura norteamericana y mundial. Detrás del texto, su creador, Kerouac, el voyeur escritor, toma nota, acota los avatares, registra la movilidad y reseña el paso vertiginoso de una energía que no es fácil de describir. Al hacerlo, ha de apartarse de su héroe, preocupándose más por describirlo que por imitarlo; esta toma de distancia reafirma la vocación literaria de Kerouac –el ser lírico– que al escribir su novela ejecuta un doble juego: tanto hacer el tracking de Moriarty –el ser épico– como ser su cómplice de viaje, aunque el ritual de Kerouac consiste más en narrar lo que vivencia que en narrar lo que contempla.

Existe el otro lado de la moneda que ciertamente no empaña esta visión sublime del héroe kerouaquiano: la melancolía que tarde o temprano aparece, no en Moriarty-Cassady sino en Sal Paradise-Kerouac, en ésta y en casi todas sus obras el honesto Kerouac no puede dejar de ser sincero consigo mismo y de expresar esa aflicción muy occidental y muy añeja que nos recuerda a Durero, a Cervantes, a Lawrence Stern, a Baroja… De este modo, en En el Camino Kerouac se desdobla: con destreza de malabarista comparte y registra las vivencias de su héroe, y después de viviseccionarlo, nunca antes, supura tristessa (con doble ese). Pero a pesar de esta melencolia (como la escribe Durero) la narración epopéyica del héroe, es decir, el modelo sui géneris, queda intacto y no es ensombrecido por la pesadumbre y el sentido más o menos trágico de la vida real de Kerouac.

 

Moriarty y la energía pura de América

 Al describir a Dean Moriarty, pareciera como si Kerouac reivindicara y retomara el espíritu heroico de los pioneros americanos que fundaron EUA, el de los americanos que poblaron el Lejano Oeste en el siglo XIX, el de los americanos de todas las épocas que con osada enjundia y energía erigieron el país más poderoso e influyente del mundo moderno.

Entrelíneas, Kerouac reconoce que el espíritu y la energía de Dean Moriarty no son nuevos en tierra americana, que son sólo su versión actualizada de mediados del siglo XX, es decir –y este es otra de las claves del espíritu beat– una que se opone al american way of life moderno en que derivó toda esa energía centenaria y que suplantó la pureza de ese espíritu por una convencionalidad utilitaria e indeseable en la que, según Kerouac, se convirtió EUA.

Fue como respuesta a esta pérdida del espíritu original, a este desvío malogrado de energía, que Kerouac creó o recreó a Dean Moriraty, concibiéndolo como un símbolo prístino del arquetípico americano emprendedor que procreó la nación americana. Por ello, En el Camino, por un lado, critica a la sociedad americana de mediados del siglo XX, pero por otro, reivindica, adaptándolos a su tiempo, valores universales de la cultura americana, que en su momento fueron el combustible que engendró al país más significativo de nuestro tiempo.

En el fondo y sin decirlo, Kerouac, con éste y otros libros, quizás lo que pretende es recuperar el espíritu perdido de los Estados Unidos de América, que para él emblematiza Neal Cassady.

 

En la tierra caliente de las ratas y el tequila

En la épica de En el camino, México aparece como un espacio alternativo al de EUA, como la tierra donde sobrevive una cultura muy distinta a la americana, que Kerouac no deja de defender, aunque de manera equívoca.

En su primer encuentro con México, tal y como se narra en el libro, tanto Dean Moriarty como Sal Paradise se sintonizan y embelesan con una tierra que parece ser no sólo compatible y catalizadora de la energía dionisíaca de Moriarty sino también su habitat idóneo. Poco después de cruzar la frontera por Nuevo Laredo, Tamaulipas, montados en un Ford 1937, ambos se sumergen en un mundo que reafirma su vocación beat: marihuana, antros prostibulares, mambo, excesos etílicos y eróticos, seres humanos (mexicanos) nobles, auténticos, inmunes a la civilización moderna.

Es justamente en medio de los vapores de esta batahola lúdica-extática mexicana que acontece el clímax de la novela: la consagración que Kerouac hace de Cassady, su canonización definitiva como un héroe beat que ha conquistado un plano espiritual superior (recordemos que la esencia del espíritu beat se puede resumir en el binomio: Desmadre + Búsqueda Religiosa = Beat).[1]

Mientras conduce el Ford 1937 por la irregular terraceria de los paupérrimos suburbios de Ciudad Victoria para dirigirse a un prostíbulo, también bajo los efectos de la dama de la ardiente cabellera (marihuana), Kerouac capta por fin la sustancialidad sagrada de Neal:

Entre miríadas de radiaciones celestiales que me pusieron la piel chinita, hice un esfuerzo para ver la imagen de Dean y lo vi como Dios. Estaba yo tan pacheco que tenía que recargar la cabeza en el asiento; aun así, los saltos del coche me provocaban estremecimientos y éxtasis.

Lo demás es rutina beat: más tarde llegan a la ciudad de México, se extasían con el tránsito vehicular, se azoran observando indios en las calles (en realidad mestizos), visitan a Burroughs y familia, etc; luego Neal abandona a un Jack enfermo de disentería y se regresa solo a EUA.

Lo que queda es el avatar tamaulipeco, acontecido en junio de 1950, en el que Kerouac visualiza el aura sagrada de un Neal Cassady que en la tierra caliente de las ratas y el tequila, bajo los efectos de la marihuana y conduciendo un Ford 37 en ruta hacia un antro de putas, donde el mambo es el ritmo del mundo, trasciende –o Kerouac lo cree así– el plano inferior de la existencia material y es iluminado por una energía divina. Lo particular del asunto es que Moriarty no es quien vivencia esta trascendencia sino Kerouac quien la percibe. La mitología beat, como cualquier otra, también se basa en leyendas, especulaciones y relatos inescrutables.

La paradoja es que en esta tierra donde Neal emerge sagrado es que muere 18 años después (1968), en el también árido campo mexicano, ahora de San Miguel de Allende, al lado de unas vías del tren, en plena vivencia beat, después de haber mezclado pulque y barbitúricos en una fiesta. Así que el máximo héroe beat vivió en México los dos principales hitos de su existencia: su sacralización como héroe beat y su muerte.

 


[1] Entre otras cosas, desmadre, en México, significa vivir situaciones lúdicas más o menos extremas y hasta incorrectas, por ejemplo, beber, bailar y tener sexo en exceso.º


Jorge García-Robles

Falta la bio