La estancia de las posibilidades


Eugenia Pérez Tomas

LOS LUGARES SECRETOS

Claudia Masín reconoce que hubo un tiempo donde todo podía ser escrito. Una estancia de las posibilidades infinitas. Ese lugar / tiempo, unidad que podemos nombrar infancia, no está atrás, no pertenece a un patio trasero ni tampoco se inscribe en los inicios de la línea cronológica, no tiene una ubicación fija, pero es un lugar. Es justamente por su carácter en erupción, que la poeta accede al refucilo de la infancia sin mirar atrás. Ese nuevo espacio, que a la vez es tiempo -como un punto aleph- lo reconoce porque en ese lugar ya estuvo, alguna vez, sin saber cuándo, aunque haga la cuenta y esa niña que tuvo seis, siete años, haya existido. La escritura en Claudia Masín es un reencuentro mítico con el cuerpo que ya lo experimentó todo por primera vez. El cuerpo milenario y joven –nuevamente- invade en el cuerpo del presente e inaugura el lugar donde las experiencias de todos los tiempos suceden. La infancia es un punto cardinal en movimiento que se proyecta en todas las direcciones.

El tiempo de la infancia, es el espacio que la poeta identifica con la forma de un punto o de un pozo, desde el cual, las imágenes y las palabras emergen hacia la superficie.

 

¨La infancia es un agua humana, un agua que sale de la sombra¨ (Bachelard, La poética de la ensoñación)

 

El pozo es, en su potencia, un aljibe húmedo que sedimenta en sus paredes otros puntos-pozos. Y cada uno de estos, tiene la capacidad de desprender atómicamente nuevos espacios de tiempo de la infancia.  Los collares que la poeta construye con los puntos-pozos húmedos no son tendales de anécdotas personales; no se trata de la representación de la infancia sino de las vías por las cuales la imaginación logra aceitar los engranajes para ensoñar e ir directamente a la raíz. En esa estancia de las posibilidades infinitas, la poesía de Masín se afirma, como una rosa china, sin miedo, sin ambición.

 

Se alza la luz de la mañana. Está la noche, sí,

y está la inquieta resistencia del día a apagarse, pero ahora

estoy viviendo la plenitud de lo que antes

de caer se abre, como una vez al año la rosa china, sola

en los pastizales: por el puro gusto de florecer, sin ofrecerse

a la admiración de nadie.[1]

 

 

LA SOLEDAD DE LAS NIÑAS

Claudia Masín nació y se crió en la capital del Chaco, en Resistencia. Al terminar sus estudios secundarios, en la década del ´90, se fue de su ciudad natal, para comenzar la carrera de psicología en la Universidad de Buenos Aires. Conjuntamente, apareció la poesía y las publicaciones.  La poeta pasó de la escucha analítica a la escucha poética y para la escucha, primero, fue necesario conquistar el silencio. El silencio es un campo minado de infancia y de lenguaje libre, donde no hay nada que comunicar, más bien se trata de un rumor como el de los animales mientras duermen, escribe Masín en ¨Cómo se produjo el silencio y qué cosas guardaba¨ (La siesta, 2014).

La relación entre el espacio de la infancia y el tiempo de la siesta se entrelazan en un vínculo íntimo, donde el silencio y la experiencia poética ya dieron sus primeras brazadas. La escucha del tiempo a la que la niña Masín arribó no fue por una orden del azar, sino porque contó con una decisión, pasional y vital, que la debatió entre el dormir o el leer. Esa conquista del silencio significó inventar la gran bifurcación en su camino. Elegir, a la hora de la siesta, cuando no había otra forma de existencia posible que la de hundirse en las tramas de los sueños o la nueva forma: la de desplegarse en el universo de la lectura, como primera experiencia poética. Ese gesto, hachazo contra una madera dura de la tradición familiar, fue el corte que separaría a la poeta y, por eso, un corte que adquiere forma de mella.

Hay otro corte, y se puede pensar en el mismo sentido de escucha, heridas de separación sobre la madera de los sonidos que brotan de una zona ambigua, sensorial, anterior -anterior a la propia infancia. Es la escucha de la tensión, una escucha radar que traza los ¨no límites¨ y de alguna manera ¨no dice¨ el lugar. El ¨no decir¨ implica una determinación. La poesía de Masín está hecha de recortes de silencio, de escuchas.

 

¨Un día renuncié al habla pequeña y confusa que era la mía y me convertí en una sombra que cruzaba inadvertida por la casa¨. [2]

 

De alguna manera, habitar la sombra silenciosa y temible es reconocer la soledad como matriz, e implica una nueva forma de convivencia entre ese cuerpo sensible a la desobediencia y el cuerpo que lo experimenta todo por primera vez.

 

¨Callada: definición de alguien

por lo que no dice. Como si tomáramos la sombra de un ser

y con ella construyéramos la imagen,

completando su cuerpo con la idea de lo que allí falta¨[3]

 

Si quedarse callada era la expectativa de quienes tejían en la sociedad familiar un lugar estable y seguro para las niñas en Resistencia, la estrategia de la poeta, fue habitar la soledad y callar en las capas superficiales, mientras, adentro, en el campo los aljibes interiores, la subjetividad se construía en un hacer constante de nuevos cortes, anchos y profundos, recintos a donde caer en las escondidas, a la hora en que la escucha se abría como una flor salvaje. La poeta se recortó de las siestas para entrar en contacto con el caudal de las escuchas de todos los tiempos y distinguir entre los hilos del recuerdo la potencia de lo incomunicable.

La poesía de Claudia Masín sabe que ser protagonista es también una forma de atestiguar los accidentes del mundo.

 

LA MIRADA DOBLE

La poeta se configura en una mirada doble, la que preside en el adentro de la revuelta, donde se cultiva el silencio sagrado y la del afuera que mantiene el otro silencio, el silencio de la farsa. La doble es quien toca con el cuerpo por primera vez y quien escucha las repercusiones de ese contacto. La doble está despierta y también está de expedición en las fronteras, es la niña geóloga y secreta que aparenta un estado de coma ante la mirada de los que duermen la siesta. La mirada doble es lo que permite desempañar los sentidos.

 

¨Después llega el hábito, como fuego fatuo

que no sabe quemar ni tampoco guarecer a nadie del frío

con su presencia.  La capacidad de sentir es suplantada

por el gesto que debería acompañar una emoción,

pero es todo lo que queda de ella,

un sedimento irreconocible de lo que alguna vez fue cierto¨[4]

 

Hay un tesoro que permite resistir a esa suplencia de la que el poema se jacta, y da lugar al nacimiento de otra voz, que rescata a los sucesos preciosos y mínimos, que de otra manera estarían destinados a perderse. La poesía en Masín, es el encuentro con ese tiempo en el que soñábamos escapar.  Y es en el presente, cuando el tiempo se desdobla; de esos pliegues crecen, como perlas, los puntos infinitos del pasado. En la infancia la poeta descubrió un pantano, pero es hoy, el reencuentro con ese barro que la poeta ve lo que entonces la niña no veía. Hay una continuación de esa niña que descubrió y sigue parada ahí y la poeta del presente que mira el acontecimiento, pensando en el tiempo que no pasó sobre el pantano y que sostiene las mismas aguas turbias, el tiempo que tampoco pasó sobre la niña que aun sostiene el resplandecimiento cuando toca. Paradas frente a frente, niña y poeta, se rebelan contra el registro del dolor o del peligro y viajan por el río del tiempo para reinventar la propia historia, transformando los escombros del pasado en piedras preciosas. Claudia Masín cuenta con la doble mirada, que distorsiona los hechos e inventa combinaciones y la historia que se degrada en la sucesión de narraciones encuentra en sus historias hermanas, una verdad, incluso más potente que en la original.

 

EL REINO DEL DESEO

El silencio puede confundirse con el desierto blanco o el desierto blanco es el terreno de partículas congeladas a derretir. Claudia Masín eligió el punto de vista que se posiciona furioso con la escucha como bastión. La transformación que vive el cuerpo de la escucha se manifiesta en tres instancias decisivas a lo largo de la vida de la poeta: la escucha en la hora de la siesta, la escucha analítica (en la psicología) y la escucha –madre de las escuchas– en la poesía. Hay un traspaso de silencios que permite pensar a la poesía como una forma del detenimiento.

La pronunciación del deseo en la poesía de Claudia Masín es un deseo que no tiene que ver con la posesión, hay algo previo y por eso también una zona de pasaje, un umbral entendido como en la poesía de L. Glück[5], que circunda, también, en la existencia de un tiempo antes de todo, antes de la vida y de la escritura misma. Quien se detiene y escucha puede encontrar ahí, en los límites, los tesoros. El territorio de cofres fue, en primera instancia, el terreno plegado de amenazas y es el mismo lugar del cual la poeta no querrá irse jamás. El poder de la poesía está en conmover, en reincidir en ese cuerpo sensible que toca por primera vez las cosas. Para la poeta, escribir más que decir tiene que ver con escuchar. Y, escribir la pérdida de un momento es escuchar los desprendimientos, esos cascos de hielo que se desploman de los ojos de la memoria de la infancia.

 

¨Escribir la pérdida de un momento: en el que la madre cantaba y la hija se adormecía¨ [6]

 

La escritura de la canción pertenece a la detención como un arma. Escribir ¨la demora¨ es, para la poeta, pararse y devenir en ese instante cristalino que se suspende, entre la voz y el silencio. El factor principal que comparten el estado de la infancia – el estado de la escritura – y el estado de la escucha- es el asombro ante las cosas. Acercarse a las cosas como si nunca las hubiéramos experimentado y construir –deconstruir para construir- una mirada nueva, tiene que ver con el estado que intento cartografiar y desde donde la poeta se detiene, elige y escribe. Son estas tres instancias, cocidas desde adentro, que organizan el proceso creativo de la poesía en Claudia Masín.

La creación de una mitología personal de la propia infancia es la convicción con la cual extrae del pozo profundo gemas universales. La historia nunca es documental, realista o sujeta a las leyes de la representación de un pasado. En el tiempo de la siesta, la niña Masín, vivía la experiencia poética de la lectura. La siembra de esa lectura, fue a su vez la cosecha de mellas y, luego, la experiencia de la escritura. La poesía le permite mirar la vida de manera inocente, y eso significa despojarse de las lianas cínicas que se expanden por el bosque de la adultez.  En el traspaso -o viaje- que la poeta emprende hacia las aguas de la infancia, a esas horas en las que no pasaba nada, donde no había intercambio productivo ni necesidad de un lenguaje útil y que es, según Bachelard, el viaje de la ensoñación: mediante el recuerdo, el pasado recupera sustancia.

 

La experiencia poética

Fuente de primeras experiencias, la infancia es el lugar donde la escritura de Claudia Masín ancla sus banderas.

 

¨Al meditar sobre el niño que fuimos, más allá de toda historia de familia, después de haber superado la zona de la pena, después de haber dispersado todos los espejismos de la nostalgia, alcanzamos una infancia anónima, un puro hogar de la vida, de vida primera, de vida humana primera¨ (Bachelard, La poética de la ensoñación).

 

La experiencia de lectura en las horas de la siesta y la experiencia de la escritura luego, mantienen una relación afectiva con la mirada. Observar con atención se torna, en Masín, en la acción incondicional y como en Pasolini[7], una de las bellas banderas. Esa observación confluye en la fusión. La fusión de la mirada con las sensaciones y con todo lo que existe y existió. La fusión se mueve como un virus, como el lenguaje para Laurie Anderson[8], que se contagia de manera terminal e infecta a la percepción. La primera experiencia de fusión fue en las horas de la siesta. La única actividad era leer en los pozos del tiempo, las direcciones hondas de la oscuridad. La voluntad de fusión era convertirse en la roca. La roca que, ensoñada, cae del entrecejo y con la que escribirá la imagen del futuro. En las horas de libertad, los bordes entre realidad y ficción son indecisos y se escapan de toda alegoría o símbolo, y es en ese frenesí de libertad donde parece residir la condición de la poesía.

 

LA VOZ DE LA FUSIÓN

 

El tesoro[9]

Lo más deseado siempre escapa, yo lo sé, si hasta los niños lo saben

y lo olvidan todas las veces, para poder ilusionarse con la permanencia

de un mundo estable y firme, que no pierda sus contornos cada noche

y se rehaga distinto cada día. De todos modos, elijo, como ellos,

confiar en el camino que trae de vuelta lo que amo,

más allá de las curvas infinitas que lo desvía

y espero su llegada como los buscadores de tesoros esperan

que un tosco carbón envejecido se vuelva piedra preciosa

por obra de la temperatura y la presión,

accidentes de la materia que pocas veces logran, sin embargo,

tallar el diamante que resista intacto el paso del tiempo

y pueda alcanzar a la vez la duración y la belleza.

 

El sujeto del poema es un Yo que, ¨como ellos¨ los niños, tiene que olvidar para ilusionarse con la permanencia. Es un Yo, también, que se identifica con los buscadores de tesoros, aquellos capaces de resistir las ansiedades. La voz de una niña, la voz de una geóloga que estudia las materias, es la voz que se multiplica y configura la voz misteriosa de la fusión. El sujeto en la poesía de Masín está ligado a un Yo que transmuta en variedad de cuerpos sensibles, asociados a los universos de la exploración. El Yo es capaz de alterar las dimensiones y ubicar un faro encendido a lo lejos para poder alcanzar, en el viaje de la escritura, los secretos del tiempo. Ese Yo tiene la voluntad de desprenderse de todas las fisuras minerales de su psicología, para entregarse a la experiencia de la belleza, torcer pequeños tallos y configurar una poesía que se reconozca mínima y fulgurante. Con la potencia de una niña que mira el mundo por primera vez y levanta su mano para que el viento la erosione, como lo hace con las rocas. La poeta extrae palabras de las cosas en silencio.  Es la infancia, entendida como una sensación, como un estado que habilita la voz de la fusión en la poesía de Claudia Masín.

 

[1] Este fragmento corresponde al poema 25 del libro El verano (2010)
[2] Este fragmento corresponde a ¨Cómo se produjo el silencio y qué cosas guardaba¨ que pertenece al libro La siesta (2016)
[3] Este fragmento corresponde al poema ¨Oro¨ que pertenece al libro Geología (2001)
[4] Este fragmento corresponde al poema ¨El alud¨ que pertenece al libro La plenitud (2010)
[5] Me refiero al poema “El umbral” de Louise Glück, del libro El iris salvaje.
[6] Este fragmento corresponde al poema ¨Grafito¨que pertenece al libro Geología (2001)
[7] En alusión a Las bellas banderas de Pier Paolo Pasolini.
[8] En la canción “Language is a virus” (1986), que a su vez cita a William Burroughs.
[9] Este poema forma parte del libro La plenitud (2010).

Eugenia Pérez Tomas

Buenos Aires, 1985. Egresada de la escuela de Dramaturgia de la EMAD y Magister en Escritura Creativa (UNTREF). Sus dos últimas obras, en colaboración con Camila Fabbri, se estrenaron en el Teatro Nacional Cervantes y en el Complejo Teatral de Buenos Aires: En lo alto para siempre y ¡Recital Olímpico!. Escribió y dirigió: Las casas íntimas, Rodolfo, Beatriz y Fantasma Unicornio, y Disparo de Aire. Rara Avis publicó sus obras en Hacer un fuego. También se editaron en Libros Drama, Universidad del Sur y Libros del Rojas (UBA), y fueron traducidas al francés y al inglés. Publicó la novela Frutas tardías (Paisanita), el libro de poemas Los buenos deseos (Elefante) y la obra Las luces (Libretto) junto a Andrés Gallina con quien también arma el inminente sello editorial Bosque energético, dedicado a la publicación de diarios íntimos. Además, coordina talleres y acompañamiento de escrituras.