Joyce Mansour:la fuerza del derrumbe


María Malusardi

“Todas las noches cuando me quedo sola
Te hablo de mi ternura
Y estrangulo una flor”
Joyce Mansour

 

Irreverente y descarnada se planta la belleza en cada verso de Joyce Mansour, una de las autoras más potentes que ha dado la poesía francesa del siglo XX. Sus poemas golpean como una sábana mojada contra el cuerpo desnudo. Se destruyen, en su síntesis perfecta, y reacomodan sus piezas desbaratadas, sus imágenes convulsas, en el silencio que sigue al impacto.

 

He visto a través de mi ojo cerrado
Cómo trepabas por el muro espantoso de tus sueños.
Tus pies perdían pie en el musgo adormecido.
Tus ojos se aferraban a salientes clavos.
Mientras tanto yo gritaba sin abrir la boca
Para abrir tu cabeza a la noche.

 

Una escritura rota que rompe y enferma el orden de las cosas. Una escritura que enreda cuerpos entre sí, en dislocado y especiado aliento, o reinventa sus pedazos. Una escritura que derrama mundos y absorbe las fronteras del sentido, lo martiriza y lo escupe como a un jardín oculto entre los pliegues de un carozo.

 

No coman los niños de los otros
Pues su carne se pudriría en sus bocas repletas.
No coman las flores rojas del verano
Pues su savia es la sangre de los niños crucificados.
No coman el pan negro de los pobres
Pues está fecundado por sus lágrimas ácidas
Y echaría raíces en sus largos cuerpos.
No coman a fin de que sus cuerpos de marchiten y mueran
Haciendo germinar sobre la tierra en luto
El otoño.

 

Drena luz del lenguaje astillado y la vida regenera, con retazos de sombra y demás ensueños, una dicha que sólo el poema magno puede alcanzar:

 

Estabas cómodamente sentado
Sobre un oso negro.
Arrancabas con tus dedos brillantes
Jirones de piel contra un cielo de sangre
Y mientras creabas un mundo nuevo
Nevaba.

 

La dicha se conmemora en los dos últimos versos: resarce el juego del daño donde el desgarro y la sangre nos despiertan a borbotones. Acaricia la nieve con su acción de blancura espontánea, una misión estética y mágica. Es el triunfo del poema cuando la vida, trasplantada en el lenguaje, logra el éxtasis del instante en un contexto temporal amedrentado por el infierno.

 

Cuando llueva la guerra sobre el oleaje y las playas
Saldré a su encuentro armada con mi rostro
Cubierto por un grave sollozo
Me tumbaré cuerpo a tierra
Sobre el ala de un bombardero
Y esperaré
Cuando arda el asfalto en las aceras
Seguiré la dirección de las bombas en los gestos de la gente
Me pegaré a los escombros
Como una mata de pelos a un desnudo
Mi ojo perfilará los prolongados contornos de la desolación
Muertos brillando por el sol y la sangre
Callarán a mi alrededor.

 

Aunque por cuestiones del azar nació en Inglaterra, en 1928, Joyce Patricia Adès (toma el apellido Mansour de su segundo marido) se crió en El Cairo, en el seno de una familia judía sefaradí, y asumió el francés como el idioma de su escritura. Durante los años de la segunda guerra, además de sufrir la persecución y el exilio, perdió primero a su madre y después a su joven marido. Ambos, víctimas del cáncer.

La década del 50 arranca con nuevo matrimonio (Sami Mansour), su vida en París y el flirteo con el movimiento surrealista. Su colaboración y participación en revistas y la amistad con André Breton no denuncian ceguera alguna con respecto a ciertos rictus típicos de este movimiento. De hecho, anclar a Joyce Mansour en el surrealismo implicaría categorizar un lenguaje sumamente original y volcánico.

No se puede negar, obviamente, que la acrobacia onírica de su escritura ha recibido esa venia, pero Mansour, como Artaud, ofrece un mundo auténtico sostenido en la fuerza de su derrumbe. Esa música que tan bien combina lo escatológico con la lírica de una noche estrellada.

 

Anoche vi tu cadáver.
Estabas sudorosa y desnuda entre mis brazos.
Vi tu cráneo brillante
Vi tus huesos empujados por el mar de la mañana.
Sobre la arena blanca bajo un sol indeciso
Los cangrejos se disputaban tu carne.
Nada quedaba de tus senos rollizos
Y sin embargo así es como te quise
Mi flor.

 

Ha publicado cerca de una veintena de libros, la mayoría de poemas, aunque también incursionó en la prosa. En español, hasta ahora, sólo se conocen Gritos, Desgarraduras y Rapaces (los tres reunidos en un mismo volumen) e Islas flotantes, una novela que no habilita una narrativa clásica sino que funciona como un campo minado, un extenso poema en prosa que expone la enfermedad y la vejez al desnudo –las escenas transcurren en un hospital- enmarañadas con un erotismo por momentos revulsivo. Un texto atribulado ante la impiedad de los cuerpos extasiados en su degradación.

 

“¿Qué fórceps arrancará el asco de mi boca? Fuera hace buen tiempo, los pájaros cantan, el aire granítico lava sus pies en el lago, pero aquí, en la habitación, nadie se atreve a poner el arbusto venenoso fuera de las sábanas. ‘¿Nadie sabe si los frutos son comestibles?, susurra Mr. Cooper apoyando su mejilla en mi hombro. Una inmensa oleada de náuseas nos engulle a los dos, un maremoto de rabia, de mierda y de vómitos. Husmeo su sótano, a mitad de camino entre la erección de esos misteriosos monolitos llamados ‘deseos de mujer’ y el desvanecimiento total. Afortunadamente para mí, el agresor desiste y, dejando allí mismo el receptáculo de porcelana que escondía tras la espalda, dice con una mirada llena de dignidad: ‘Me siento mal’. ‘Yo también’, digo, viendo la utilidad que piensa darle a su lengua de camaleón.”

 

Una escritura rapaz porque desgarra. Abrupta porque grita. Feroz porque ilumina. Inquieta porque sueña. Agónica porque se va sin despedirse.

 

“Renuncio a entender la razón de mi presencia aquí. La cuestión queda en el aire. He eximido a los allegados de mi fantasma: sé que ¿fuera? las visitas están consideradas como un incordio desagradable. Y he dejado de tenerlas. Ya no leo. Ya no escribo. Aguardo.”

 

Joyce Mansour murió en París en 1986.


María Malusardi

Nació en Buenos Aires en 1966. Escritora, periodista y docente. Publicó Una madre es un piano triste (Editorial Las Furias, 2021), artista del hambre (Ediciones en Danza, 2019), el descenso de jacqueline du pré y otros poemas (Ediciones en Danza, 2018), el desvío y el daño (Buenos Aires Poetry, 2017), el sastre (Ediciones en Danza, 2015), artista del trapecio (Alción, 2014), la música (El suri porfiado, 2013), el orfanato (Alción, 2010), trilogía de la tristeza (Alción, 2009), museo de postales (El Suri Porfiado, 2008), diálogo con pescadores (Alción, 2007), variaciones en la niebla (Alción, 2005), la carta de vermeer (Alción, 2002) y El accidente (Mascaró, 2001).

Obtuvo por artista del hambre el Segundo Premio Municipal de Poesía 2018-2019; por el sastre, Mención especial del Premio de Literatura Casa de las Américas 2015, de Cuba; trilogía de la tristeza resultó finalista del Concurso Olga Orozco 2009, con un jurado integrado por Antonio Gamoneda, Gonzalo Rojas, Juan Gelman y Jorge Boccanera; además fue traducido al francés y editado en 2013 como trilogie de la tristesse (Zinnia Editions).

Estuvo a cargo de la edición y estudio preliminar de la poesía de Raúl Gustavo Aguirre en el volumen Obra poética (Ediciones Del dock, 2015) y del ensayo Las poéticas del siglo XX (Audisea, 2016)).

Recibió en 2018 la beca del Fondo Nacional de las Artes para escribir Asamblea permanente. Diálogos para una hermenéutica, un ensayo sobre la obra y vida del poeta argentino Alberto Szpunberg, aún en proceso de elaboración.

Actualmente escribe en Caras y Caretas. Y dicta, en la escuela de periodismo TEA, la materia Taller de Entrevista.
Tiene en preparación Nadie sabe qué hacer con los poetas, libro que reúne sus textos periodísticos publicados, y otros inéditos, dedicados exclusivamente a la poesía.