Limón @EzequielZaidenwerg

ENTREVISTA AEZEQUIEL ZAIDENWERG


María Leguizamón

ML: ¿Cómo te convertiste en escritor-traductor? Contanos el proceso? ¿Se puede ser traductor de poesía sin ser escritor-poeta?

EZ: Siempre me fascinaron las palabras. Aprendí a leer antes de entrar en la escuela, asociando letras y sonidos a las que era capaz de identificar, como los logos de las marcas.  Por ejemplo el de Coca-Cola, una bebida que en esa época me gustaba más que ahora.. Empecé a escribir cuentos, también de muy chico, pero a los quince años un profesor de la secundaria nos trajo un poema de García Lorca, “Oficina y denuncia”, que me dinamitó la cabeza, porque me enseñó que existían usos aún más intensos, sofisticados y placenteros de las palabras. Mientras sufría con una novela –no pasé de las treinta páginas–, me puse a escribir poemas, y enseguida me di cuenta de que había una fruición y una soltura ahí que en mi prosa faltaban. Después de escribir mi primer libro, pasé una larga época en blanco, y empezar a traducir poemas fue una forma de compensar lo que entonces percibía como –y después me dejó de parecer– una falta.

En cuanto a la segunda parte de la pregunta, voy a esquivar el bulto y levantar la apuesta al mismo tiempo. Se dice que traducen bien quienes escriben bien. Yo creo que en rigor es al revés: escribe bien quien sabe traducir. Y no sólo entre lenguas: también entre registros, inflexiones y cadencias.

 

ML: En tu ensayo acerca de la traducción, señalas dos tipo de  traductores de poesía: los que creen que la traducción debería ser un puente perfecto entre lenguas y cosmovisiones, capaz de reparar, al menos por un instante, las consecuencias del desastre de Babel; y los que consideran que la traducción debe dejar que se noten, cuando no directamente exhibir, las marcas de esa separación, haciendo hincapié en la extrañeza y en la violencia del pasaje de una lengua a la otra.” ¿Dónde te ubicarías vos, ya no en términos generales, sino particulares?

EZ: Pasaron doce años de ese ensayo, y en esa época era más joven y bastante más categórico. De todos modos, sigo siendo un traductor algo intrépido en relación con las licencias e intervenciones que me permito. En definitiva, me parece que lo más importante de traducir en un poema es el hecho de que es un poema. O sea: que funcione por sí mismo sin notas ni explicaciones ni literalidades engañosas, y que haga lo mismo que el original aunque diga distinto algunas cosas.

 

ML: En relación a tu tarea de traductor: ¿qué es lo que más disfrutás del proceso? ¿Qué es lo que más te cuesta o menos te gusta?

EZ: Lo que menos me gusta es el aspecto material. La traducción de poesía no se paga más que en capital simbólico. Y a veces se hace agotador financiarse el trabajo por amor al arte con tareas mucho menos gratas pero remuneradas.

 

ML: “Traducir un poema se parece a interpretar, en sus dos acepciones –performática y hermenéutica–, una pieza de música. La partitura está ahí, frente a nosotros para que la sigamos de cerca, pero también para que tomemos distancia –una distancia crítica. Traducir es un arte del subterfugio, es reinterpretar sin cambiar una línea delpentagrama.” ¿Cómo se da esta dinámica en la práctica, con la materialidad del lenguaje? ¿Se te ocurre un ejemplo paradigmático en tus traducciones?

EZ: En ese ensayo me refiero a la versión que hace Johnny Cash de “One”, de U2. En voz de Cash, el mismo verso significa totalmente otra cosa. Sería jactancioso afirmar que consigo algo así en mis versiones, pero en efecto pienso la traducción como un cover, una interpretación en esos dos sentidos.

 

ML: ¿Qué creés que es la poesía hoy?

EZ: Para mí la poesía es un arte colectivo y público porque va empujando milímetro a milímetro los usos y los límites de la lengua común, de lo que se puede pensar, decir y sentir con las palabras. La poesía es una tecnología de la palabra y una pedagogía de la lectura. Un ejemplo: la publicidad también es una tecnología y una pedagogía; o lo contrario de una pedagogía, porque suele usarse para hacer el mal. No sólo le hace comprar a la gente cosas que no necesita o no puede pagar, sino sobre todo la persuade de que acumular objetos es importante, hermoso, placentero. Pero, precisamente, en una época en que hay toda una economía basada en la fragmentación, extracción y capitalización del attention span (Instagram, etc.), la poesía tiene todo que aportar.  Porque un poema, si funciona, sabotea las asociaciones naturalizadas y los automatismos de la atención. Es mentira que haya que concentrarse mucho para leer poesía: si un poema funciona, te captura y te sacude al mismo tiempo.

Pimiento y ajos @EzequielZaidenwerg

ML: 50 Estados: ¿Cómo concebiste el procedimiento de este libro hermoso e insurrecto? ¿Cuál fue el punto de partida conceptual, el deseo, o bien, en qué instante y ante qué proceso apareció su gestación?

EZ: Esos poemas fueron apareciendo en 2008, como una especie de ejercicio para superar mis propios automatismos de escritura, y sobre todo para permitirme escribir poemas más allá de un proyecto general o programático, como había hecho en mi libro anterior, que se llama La lírica está muerta. Esos poemas aparecían de a ráfagas, con voces diferentes, que yo asociaba con la “poesía norteamericana” como me la imaginaba desde Argentina, donde vivía entonces. Empecé a subirlos a mi blog y a Facebook como traducciones de poemas de esos personajes, y al ver que los poemas eran bien recibidos, sin mayores sospechas de su inautenticidad, seguí adelante. Visto en retrospectiva, ahora me doy cuenta de que era inevitable que eso se convirtiera en un proyecto aún más estrambótico que el anterior.

 

ML: En 50 estados los procedimientos se reúnen: por un lado la invención de todos los poetas y sus poéticas; y por el otro el proceso de auto-traducción.¿Qué surgió primero: la escritura del “poema” o la idea del “poeta”? ¿Cómo te resulta la experiencia de auto-traducción en relación a tu tarea de traductor de otrxs?

EZ: El bilingüismo del libro también es una ficción colectiva. Por ejemplo, escribí los poemas con métrica y rima primero en inglés y después en castellano, a unos pocos los escribí en simultáneo en las dos lenguas, en un par me autotraduje, y el último poema del libro, “Declaration of Independence”, lo compuse directamente en inglés con la limitación de usar sólo palabras del documento histórico, pero no lo traduje yo sino Hernán Bravo Varela. Además de cerrar con ese poema, que es con mucha diferencia mi preferido del libro, quería que ese gesto pudiera leerse como una declaración de independencia: en cierto modo, del rol tradicional de traductor, o de cierta idea que percibía que mis colegas tenían de mí (“no es poeta, es traductor”, etc.). De todos modos, la mayoría de las versiones en inglés se las debemos a Robin Myers, a quien está dedicado el libro. Para mí 50 estados es una especie de película mental colectiva. Yo me ocupé de la dirección de actores y del montaje, y Robin es la directora de fotografía.

 

ML: “(…) habitar un poema cada día, estudiarlo por dentro y desarmarlo para luego reconstruirlo en mi lengua y en mi voz; y probarme la suya”. ¿Cómo es esa práctica o rutina de escritura cotidiana? ¿Fue la base de 50 estados?.

EZ: Es una meditación y una gimnasia diaria, y en gran medida un antidepresivo, aunque no siempre funciona. Mi relación con la práctica de traducir es mucho menos sufrida que con mi propia escritura, que es de tránsito mucho más lento. Aunque, por otra parte, ya no estoy seguro de poder distinguir una de otra. No me preocupa mucho, en cualquier caso. Veo la poesía como una playlist interminable de poemas de dominio público, y decididamente no como una galería de figuras de autoridad simbólica o institucional. Eso es la base de 50 estados, mucho más que la gimnasia.

 

ML: Decís que 50 estados podría definirse, entre otras cosas, como una “novela tenue”. ¿Por qué? ¿Cómo definirías este concepto? ¿Cómo concebís la novela?

EZ: A mí me interesan mucho menos los géneros literarios que las palabras y sus posibilidades de uso. Llamar al libro “novela” fue un gesto que se les ocurrió a Valentina Rebasa y Miguel Balaguer, editores de Bajo la luna, al que me opuse tibiamente hasta aceptar (muy pronto) que era una idea superadora porque redoblaba la apuesta de ese artefacto extraño que es 50 estados. Creo que su mayor extrañeza, de hecho, es ser bastante mainstream. Es una broma, pero no del todo: creo que por eso se nos ocurrió inscribir el libro en la tradición de la novela.

Bromas aparte, creo que las novelas que nos gustan nos llevan a habitar un mundo. La idea de escribir una “novela tenue”  tiene que ver con intentar inventarse un mundo de experiencias, relaciones, inquietudes o sensibilidades diversas, a veces compartidas y otras contrastantes, con una trama apenas esquelética.

 

ML: Hay un especie de mantra o fijación que recorre las entrevistas en 50 estados, quizás una pregunta sin respuesta? El mantra dice: “¿Cómo empezaste a leer, fue un descubrimiento o un gusto adquirido?”

EZ:  Creo que, por la forma en que circula, se socializa, se promociona, etc., eso que llamamos “literatura”, hay una idea de que la poesía es un género minoritario respecto de la novela, además de en cierta medida exclusivo, porque requeriría una iniciación, el entrenamiento de un gusto, pagar una membresía simbólica, etc. Por eso la pregunta. Ese lugar común tiene su historia y su economía, claro. Y por supuesto es falso: el género literario más consumido no es la novela, es la canción, que es un tipo de poesía. De todas maneras, me importan mucho menos los géneros literarios, e incluso la “literatura”, que las palabras. Me fascinan los discursos políticos, incluso -morbosamente- la publicidad. Y uno de mis libros preferidos de todos los tiempos –se supone que– es una novela, el Gran Sertón: Veredas.

 

ML: En 50 estados, en la descripción de los “autores” y sus poéticas, se percibe cierto tonoparódico. ¿Puede ser? ¿Considerás que esa caracterización aplica a la poesía estadounidense o a la poesía contemporánea en general?

EZ: Juguetón, ojalá. Paródico no. Si quería burlarme de alguien era de mí mismo, o más bien del personaje del entrevistador, que tiene en común conmigo la  torpeza y la pomposidad. Por eso les entrevistades lo chicanean y lo corren por izquierda. Ojalá en 50 estados haya momentos graciosos, o al menos fue mi intención que los hubiera, pero es un libro serio, que me tomó diez años de trabajo. Creo que ningún chiste sigue siendo gracioso durante una década, y menos aún para quien lo cuenta.

FrutasTrío @EzequielZaidenwerg

ML: ¿Cómo es vivir en otra lengua? ¿Qué relación tiene ese hecho con tu concepción (y tu práctica) de la traducción?

EZ: Vivo y no vivo en otra lengua. Hacer de mí mismo en inglés es trabajoso y muchas veces frustrante. Pienso en un personaje de Sueño de una noche de verano al que por arte de magia le transforman la cabeza en la de un burro y le dicen: Thou art translated. O sea: te tradujeron. Siento que voy por mi vida en inglés con cabeza de burro.

Por otra parte, la casi totalidad de mis afectos son hispanoparlantes, y sin duda para mí lo más rico de vivir en Estados Unidos es la convivencia y polinización cruzada que se da entre tantas variedades de mi propia lengua.

 

ML: ¿Existe una poesía industrial o industrializada?

EZ: No. Existen instituciones con sus propias agendas. También es una institución la “poesía” en el sentido en que se la ve tradicionalmente. Es decir, un género escrito, que funciona en forma de libro, cuyo capital simbólico supera ampliamente su cuota de mercado, y que por supuesto tiene su propia industria, más bien liviana y satelital. Y eso no tiene nada de malo: al contrario, es una forma de resistencia a una precarización cada vez más horrorosa. Yo pertenezco a esa institución, y a mucha honra, y lo que quiero es que se democratice, y de hecho que se cooperativice cada vez más. Me parece que la ficción del mercado no tiene nada que ofrecernos.

 

ML: ¿Qué aprendiste de Mirta Rosenberg?

EZ: Que enseñar es convencer a otra persona de que es mejor y más capaz de lo que cree. A Mirta no le gustaba pontificar y no me enseñó nada directamente. Siempre me trató como a un par, no como a un discípulo. Lo cual, en realidad, es mucho menos complaciente y tranquilizador que las relaciones discipulares. Yo no tengo una relación fácil con la autoridad, y eso me hizo tener cada vez más ganas de aprender.

 

ML: ¿Qué traductores admirás?

EZ: A un montón. Pero quisiera destacar el trabajo de Tamara Tenenbaum, que además de traducir en el sentido convencional ejerce y milita una forma de traducción que es muy difícil e importante: traducir, difundir y democratizar ideas a las que tradicionalmente había tenido acceso una élite o una aristocracia del espíritu.

 

ML: ¿Cómo apareció la idea de Bichos y cómo fue su proceso de escritura?

EZ: Hacía tiempo que no escribía poemas míos, algo que Mirta siempre me reprochaba. Un día, estábamos en su casa leyendo en voz alta poemas de Hugo Padeletti, que había sido su maestro. Después me pidió que preparara un mate para acompañar la charla y, antes de darle ocasión de que me preguntara por enésima vez si estaba escribiendo, me puse a garabatear un soneto con doble rima, sin duda influido por la lectura de un poema hermosísimo de Padeletti, “Todo es tesoro en nuestra propia casa”. Lo hice, como debe ser, jugando, pero Mirta se entusiasmó y al otro día me mandó una respuesta. El libro es ese diálogo: nadie sabía escuchar como ella. Ni burlarse con más amor.

 

ML: «(…) traduzco sobre todo poesía estadounidense. No hace falta decir por qué razones y hasta qué punto los Estados Unidos son, para nosotros los ajenos, objeto de fascinada perplejidad y varia imaginación desde la infancia.” ¿De qué se trata para vos esa ajenidad, qué características tiene? ¿Qué te sigue atrayendo hoy de la poesía estadounidense?

EZ: En términos generales, a la cultura estadounidense le gusta darse aires de cosmopolitismo pero en verdad es profundamente pajuerana. Creo que muchísima gente, y sin duda no sólo la derecha, se cree de verdad el cuento del excepcionalismo en alguna de sus versiones. ¡Imaginate la locura de que las películas y las canciones que consumís estén casi siempre en tu propio idioma, y que cuando vayas a otro país automáticamente te hablen en tu lengua materna! Es imposible que eso te haga bien a la cabeza. Poder pensarse ajeno es importante, por eso el título del prólogo.

En relación con la segunda parte de tu pregunta, a mí me atrae la poesía más allá de la persona biográfica de quien la produzca, incluyendo por supuesto su nacionalidad. Por otra parte, la poesía de Estados Unidos es muy visible, conozco bien el idioma y además me gusta traducir, por lo cual supongo que, pese a mis esfuerzos por trabajar cada vez con más poesía compuesta en inglés en países no hegemónicos, como Nigeria, es probable que siga prestándole mucha atención a lo que pasa en Estados Unidos.

Pera _ Manzana @EzequielZaidenwerg

ML: “Mi primera noción de la literatura fue esa moneda única, ese dólar platónico, ajeno a los vaivenes de la tasa de cambio, que podía trocarse por una larga serie de pequeños tesoros singulares.” ¿Nos contás un poco más acerca de esta idea?

EZ: Yo creo que me hice traductor en un sentido porque me crié en una cultura bilingüe, pero no porque en mi casa se hablara más de una lengua, sino porque la cultura argentina de mi época, incluyendo el presente, es una cultura bimonetaria. Crecer en la Argentina es aprender a traducir todo el tiempo entre dos sistemas de valor: la moneda y la lengua son regímenes de signos que establecen valores. Por eso me parece que sigo aferrado a esa idea infantil: la literatura nos defiende de la devaluación y la especulación interesada porque produce cosas con palabras, que además son un recurso renovable, que se afila cortando, como un hacha o un poema.

 

ML: No llegamos a preguntarte acerca de La lírica está muerta y Doxa porque se nos haría interminable la entrevista, pero querríamos cerrar preguntándote qué estás escribiendo ahora, qué proyectos (que no sean traducción) hay dando vueltas. Y si tenés ganas, nos gustaría que compartas con los lectores de Orgyia algún poema inédito.

EZ: Estoy escribiendo una columna sobre poesía, traducción y política para El Malpensante de Colombia, y tengo pensado escribir más ensayos en el futuro. Tengo también un muy incipiente libro de poemas que se llama Rimas, pero creo que voy a necesitar veinte años para terminarlo. Este poema es de ahí:

 

Lo contrario

de un pólder:

como un sol de r-

-uido ambiente,

el que tan bien te

debería alumbrar:

en el alambre

a rachas

de su cháchara,

mi padre

que no arde,

sólo hierve

sin fiebre:

pasa, gira,

se agría,

posa

para

el espejismo

de nosotros

–hartos,

mismos–,

sopesa y sopa

su migaja

fija,

se empapa

mi papá:

tubérculo

sin sepultura

en tierra,

lo contrario de un pólder

su poder:

barro perdido al mar,

obra de hambruna

amar sin broma

–y basta

de atizar

a esta

triste

bruma

de hombre.

 

ML: Hubo una serie de personajes que incidieron en los poetas, personajes de 50 E: la escuela, la maestra en tercer grado, un abuelo, otros maestros. Es un modo de desplegar tu posición acerca de la función de la literatura y de la poesía? Cuál es para vos esa función en la sociedad?

EZ: Eso no es deliberado, porque las entrevistas las escribieron trece personas de Estados Unidos en función de los poemas que les asigné y de un escueto guión que les sugerí, que podían respetar o no. Yo traduje y edité esas entrevistas, pero eso no es un agregado. De todos modos, me alegra que hagas esa asociación. Para mí la poesía puede tener un rol social importante, porque enseña a leer. Y no sólo poemas: cualquier cosa.

 

ML: ¿Cómo ves el presente de la literatura y cómo desearías que fuera su futuro?

EZ: Soy muy pesimista respecto de la literatura como institución y como mercado. Lo cierto es que sólo vive de escribir un porcentaje minúsculo de quienes nos dedicamos a esto, y pareciera que esa tendencia se va a agudizar. A la vez, tengo días de un optimismo un poco utópico respecto de las posibilidades de la lengua pública. También tengo otros más realistas, pero incluso esos días me consuela la certeza de que es más viable capturar y redistribuir capital simbólico que financiero. Quiero un futuro más público, con menos mercado, y donde todas las personas tengan garantizado el tiempo y las condiciones necesarias para aprender a leer de manera más crítica, empezando por supuesto por la lengua y el discurso público. Y tengo fe en que la poesía puede ser decisiva ahí.


Ezequiel Zaidenwerg

Es poeta, traductor y ensayista, no necesariamente en ese orden. Su libro más reciente es 50 estados: 13 poetas contemporáneos de Estados Unidos, una antología novelada de poesía norteamericana. Traduce un poema al día en zaidenwerg.com, produce el podcast Orden de traslado, y escribe sobre poesía, traducción y política para El Malpensante.

María Leguizamón

Es Magíster en Escritura Creativa (UNTREF), Lic. en Educación (UNSAM), y Directora de Montaje (ENERC), egresada de CNBA, desde 2005 es docente de montaje cinematográfico en (UNA), Universidad Nacional de las Artes. Produjo proyectos culturales en diversos países donde vivió y estudió. Editó cine y materiales audiovisuales entre 2003 y 2014.

Forma parte del equipo editorial de CLACSO.

Publicó textos y poesía en revistas y antologías, locales y de otras latitudes.

Ideó, produce y dirige revista ORGYIA.