Catulito

Prologue translatedby Ben Bollig

Catullus’s eleven-syllable lines – hendecasyllables – are just as capable of dandling a little girl on their knees as they are of suddenly sodomising a random passer-by. Even within the same poem the tone can shift from one line to the next, deploying a lexicon that often – discreetly – includes colloquialisms or phrases more likely to be scrawled on a wall. That plasticity is one of their hallmarks, as well as a flightiness that allows them to deal with a stolen napkin, a strange scent or two little turtledoves. No doubt it was these lines that displeased Baudelaire so much (according to his note on “Franciscae meae Laudes” [In Praise of my Francesca]): the intensity of the stench of carrion is foreign to that mix of a poem as a game – Catullus calls it nugae, “trifles”, or “pavaditas” here in Spanish – yet at the same time concerned to demonstrate the greatest possible craft.

It is still hard for us to forget the romantic whirlpool that dragged Shelley to the bottom of the sea. So hendecasyllables can be deceptive because, while their great charm resides in being able to feign spontaneity, they involve ceaseless work on the line: symmetries, antitheses, alliterations, anaphora and allusions, all reflecting or distorting meaning on the ear or the eye. Catullus’s poems put us in mind of readers who possessed an exasperating technical sensitivity and, on encountering a sophisticated arrangement of words in the line, were capable of reaching actual physical arousal. Faced with the sober cadence of poem 46, indifferent to any coup d’effet, his friend the poet Calvus would simply have felt (for example) the urge to kiss Catullus.

Though marked by the Library of Alexandria’s mania for classification, Latin poetic forms were open to subtle innovations. With Callimachus in his memory and popular poems in his ear, Catullus let his choice of form – a more tender, more iambic hendecasyllable – set out the rules for a whole approach to life. So there isn’t one way of thinking for literature and another for politics. This is why the qualities appreciated in a poem are also the ones that define his lover and his friends. We are dealing with a series of concepts – lepor, facetiae, elegantia, sal, urbanitas – that can only be set forth once we are fully aware of our own difference and distance from Catullus’s world.

The versions of these poems use River Plate Spanish: the vos second-person verb form, instead of the peninsular Spanish ; the ustedes form for you-plural, instead of vosotros; and terms like maricón (pansy, faggot, for cinaedus), turro (rat, rogue, for vappa), ¿Así me querés? (Is that how you want me?, sic tuos amores). This is not from any parochial urge, but from an appreciation of the variety of registers that Catullus himself worked in, with such careful care. Translating these hendecasyllables is less about telling each poem’s story than about handing over the work of someone who believed that more daring and effective than a mere filthy word was a filthy word concentrated in the rigour of an artefact.

To remind readers that in the carmina, or songs, Catullus’s hendecasyllables appear alongside other meters, we also include here a translation of a series of iambic septenaries (poem 25).

Scholars have spent two centuries trying to find out if the Lesbia of these poems is the same Lesbia whom Cicero, in his Pro Caelio (his defence of Marcus Caelius Rufus), sharing little Catullus’s rage, calls spoliatrix omnium (“despoiler of all things”). The verbose lawyer’s love for her is said to have been unrequited. This would hardly be surprising, for the young woman’s ear was used to fewer, more precise words.

The numerous witty comments about the greater or lesser fidelity to texts for translation tend to be linked to Christian morality.

Catullus died at the age of 30. It was, apparently, in 54 BC.

Trans. BB.


1 Translator’s note: I am grateful to Ian Barnett and Rich Rabone for their generous comments on earlier drafts of
this translation. All errors that remain are my own.

CATULITO


Traducciones deSergio Raimondi

PRÓLOGO

(de la primera edición) / 1999

 

Los endecasílabos de Catulo son capaces de sostener una niña en sus rodillas o de ensartarse, de pronto, en el culo de quien pasa por ahí. Aún en un mismo poema su tono puede variar de un verso a otro de acuerdo a un léxico que suele incorporar, con discreción, coloquialismos o expresiones propias del grafiti. Esa ductilidad es una de sus marcas, al igual que una ligereza que les permite ocuparse de una servilleta robada, de un perfume extraño o de dos tortolitos. Sin duda fueron estos versos los que disgustaron en extremo a Baudelaire (según una nota a su «Franciscae meae Laudes»): la intensidad del hedor de la carroña es ajena a esa combinación de una poesía pensada como un juego (Catulo la llama nugae, ‘pavaditas’) y ocupada, a su vez, en ofrecer una presentación máxima de factura.

 

Para nosotros es aún difícil sacarnos de la cabeza el torbellino romántico que se llevó a Shelley al fondo del mar. Por eso los endecasílabos pueden resultar engañosos, ya que si bien su gracia mayor consiste en simular la espontaneidad, suponen el trabajo incesante sobre los versos: simetrías, antítesis, aliteraciones, anáforas y alusiones que reflejan o distorsionan la semántica al oído o a los ojos. Los poemas de Catulo dejan sospechar así lectores de una sensibilidad técnica exasperante,  capaces de llegar, ante una disposición sofisticada de palabras en el verso, a la excitación física. Ante la sobria cadencia del poema 46, indiferente a cualquier golpe de efecto, el amigo y poeta Calvo no hubiera sentido otra cosa (pongo un ejemplo) que deseos de besar a Catulo.

 

Los metros latinos, aunque marcados por la manía clasificatoria de la biblioteca alejandrina, aceptan nuevos matices en su carácter. Catulo, con Calímaco en la memoria y versos populares en su oreja, hizo que la elección del éndecasílabo (más tierno, más yámbico) pautase toda una actitud vital. Por eso no hay una conciencia para la literatura y otra para la política. Por eso las cualidades apreciadas en la poesía son las que definen, también, a la amada y a los amigos. Se trata de una serie de conceptos (lepor, facetiae, elegantia, sal, urbanitas) que sólo es posible presentar desde la convicción de nuestra diferencia y distancia. 

 

Las versiones son rioplatenses (vos, ustedes, maricón, turro, ¿Así me querés?) no por afán localista, sino en atención a esa variedad de registros que él trabajó con cuidadoso cuidado. Traducir estos endecasílabos es menos contar la anécdota de cada poema que ofrecer el ejercicio de quien creyó que, más osado y eficaz que una puteada, era una puteada concentrada en el rigor de un artificio. 

A fin de recordar que en los carmina los endecasílabos aparecen yuxtapuestos a otros metros, se incluye la traducción de una tirada de septenarios yámbicos (poema 25).

 

Los estudiosos se han pasado dos siglos intentando saber si la Lesbia de los versos es aquella a quien Cicerón en el Pro Caelio, con la rabia de Catulito, llama spoliatrix omnium («despojadora de todos»). Se comenta que este abogado verborrágico la amó en vano. No sería extraño, habituado como estaba el oído de la joven a la palabra poca y precisa. 

 

El numeroso ingenio de los comentarios acerca de la fidelidad mayor o menor a los textos a traducir suele estar ligado a una moral cristiana. 

 

Catulo murió a los 30 años. Fue, al parecer, en el 54 a.C.. 

Tapa de la primera edición de Catulito, con ilustración de Enzo Cucchi. Ediciones Vox, 1999

I
Cui dono lepidum novum libellum
arido modo pumice expolitum?
Corneli, tibi: namque tu solebas
meas esse aliquid putare nugas,
iam tum, cum ausus es unus Italorum
omne aevum tribus explicare chartis,
doctis, Iuppiter, et laboriosis.
quare habe tibi quidquid hoc libelli,
qualecumque; quidem, patroni ut ergo
plus uno maneat perenne saeclo.

1
¿A quién dar un nuevo y lindo librito
recién pulido con árida pómez?
A vos, Cornelio; porque vos solías
pensar que algo valían mis cositas
ya cuando osaste, único entre ítalos,
¡desplegar toda la historia en tres rollos
doctos, por Júpiter, y trabajados!
Aceptá este no sé qué de librito,
sea como sea, y que su patrono
lo haga vivir en siglo, o algo más.

 

III
Lugete, o Veneres Cupidinesque
et quantumst hominum venustiorum!
passer mortuus est meae puellae,
passer, deliciae meae puellae,
quem plus illa oculis suis amabat:
nam mellitus erat suamque norat
ipsam tam bene quam puella matrem,
nec sese a gremio illius movebat,
sed circumsiliens modo huc modo illuc
ad solam dominam usque pipiabat.
qui nunc it per iter tenebricosum
illuc, unde negant redire quemquam.
at vobis male sit, malae tenebrae
Orci, quae omnia bella devoratis:
tam bellum mihi passerem abstulistis.
o factum male quod, miselle passer,
tua nunc opera meae puellae
flendo turgiduli rubent ocelli!

3
Lloren Venus y Cupiditos, lloren
ya, todos cuantos amen la belleza.
Ha muerto el gorrioncito de mi amada,
aquel gorrión, delicias de mi amada,
al que ella quería más que a sus ojos:
porque era muy dulce y la conocía
tan bien como una nena a su madre;
no se movía nunca de su falda,
y a los saltos, por aquí, por allá,
para su única dueña piaba.
Ahora va por un lugar tenebroso
de donde, dicen, nadie puede volver.
¡Malditas sean, tinieblas malditas
del Orco que devoran lo más lindo!
Precioso gorrioncito me robaron.
¡Qué desgracia! Por vos, tonto, ahora
los ojitos de mi amada enrojecen,
un poco hinchados, de tanto llorar.

 

V
Vivamus, mea Lesbia, atque amemus,
rumoresque senum severiorum
omnes unius aestimemus assis.
soles occidere et redire possunt:
nobis, cum semel occidit brevis lux,
nox est perpetua una dormienda.
da mi basia mille, deinde centum,
dein mille altera, dein secunda centum,
deinde usque altera mille, deinde centum.
dein, cum milia multa fecerimus,
conturbabimus illa, ne sciamus,
aut nequis malus invidere possit,
cum tantum sciat esse basiorum.

5
Vamos, Lesbia, a amarnos y a brillar:
los rumores de los viejos vinagres
no valen todos juntos un centavo.
Los soles mueren y vuelven a nacer,
pero apenas muera nuestra breve luz,
noche única y sin fin vamos a dormir.
Dame, dale, mil besos, y después cien,
y después otros mil, y después otros cien,
y después, de nuevo, otros mil, y después cien.
Después, cuando sean muchos miles,
perdamos la cuenta para no saber
así ningún envidioso nos puede ojear
sin saber cuántos fueron los besos.

 

XIV
Ni te plus oculis meis amarem,
iucundissime Calve, munere isto
odissem te odio Vatiniano:
nam quid feci ego quidve sum locutus,
cur me tot male perderes poetis?
isti di mala multa dent clienti,
qui tantum tibi misit impiorum.
quod si, ut suspicor, hoc novum ac repertum
munus dat tibi Sulla litterator,
non est mi male, sed bene ac beate,
quod non dispereunt tui labores.
di magni, horribilem et sacrum libellum!
quem tu scilicet ad tuum Catullum
misti, continuo ut die periret,
Saturnalibus, optimo dierum!
non non hoc tibi, salse, sic abibit:
nam, si luxerit, ad librariorum
curram scrinia; Caesios, Aquinos,
Suffenum, omnia colligam venena,
ac te his suppliciis remunerabor.
vos hinc interea valete abite
illuc, unde malum pedem attulistis,
saecli incommoda, pessimi poetae!

14
Si no te amara más que a mis ojos,
amabilísimo Calvo, por este regalo
con odio vatiniano te odiaría.
¿Qué hice? ¿Qué dije para que quieras
matarme con tantos malos poetas?
Tomen nota los dioses del cliente
que te envió esta impía antología.
Aunque si el nuevo y selecto regalo
(sospecho) es de Sula el profesor,
ah, no está mal: es bueno y alentador
que se reconozca tu gran talento.
¡Dioses, horrible y perverso librito!
Sin duda se lo mandaste a Catulo
para que muera fulminado el día
más lindo de todos: ¡en Saturnales!
No, no, de esta, vivo, no te escapás:
voy a amanecer en las librerías
para juntar de los estantes Cesios,
Aquinos, Sufenos y otros venenos
y devolverte así la gentileza.
Ah, ¿ustedes siguen aquí? ¡Fuera!
¡Saquen ya de mi casa su maldito pie,
peste del siglo, pésimos poetas!

 

XXV
Cinaede Thalle, mollior cuniculi capillo
vel anseris medullula vel imula oricilla
vel pene languido senis situque araneoso,
idemque, Thalle, turbida rapacior procella,
cum luna mulierarios ostendit oscitantes,
remitte pallium mihi meum, quod involasti,
sudariumque Saetabum catagraphosque Thynos,
inepte, quae palam soles habere tamquam avita.
quae nunc tuis ab unguibus reglutina et remitte,
ne laneum latusculum manusque mollicellas
inusta turpiter tibi conscribilent flagella,
et insolenter aestues, velut minuta magno
deprensa navis in mari, vesaniente vento.

25
Talo maricón, más blando que pelo de conejo,
que médula de ganso, que lóbulo de orejita,
que pija floja de viejo, que tela de araña:
voraz Talo más rapaz que turbulento huracán
al alumbrar la luna a los mujeriegos que bostezan:
ya me devolvés, ya, el manto mío que me robaste,
y mi pañuelo mío de Saetabis, y mis bordados tinios,
imbécil, que a todos mostrás como herencia familiar.
Ya despegás todo de tus uñas y me devolvés lo mío ya,
no sea que mil látigos ardiendo garabateen versitos
sobre tus costillitas de lana y tus manitas tan tiernas,
y entonces extrañamente te agites, extrañamente,
como nave pequeña sorprendida en el ancho mar
por el viento que viene
girando como loco.

Tapa de la reedición de Catulito, con ilustración de Martín Legón. Ediciones Vox, 2017.


Catulo

(Verona, Italia 84 a.C. – Roma 54 a. C.) Poeta lírico latino. Desde el año 62 a.C. residió principalmente en Roma y en sus villas de Tibur y Sirmio. En Roma hizo amistad con los dos Cicerones, Quinto Hortensio y Lucrecio y conoció a la pródiga y caprichosa Clodia, esposa del cónsul Quinto Metelo Céler. Dando el nombre de Lesbia a su amante, Catulo celebró su amor y más tarde su odio en versos apasionados, los más líricamente personales y tiernos de la literatura latina. 

A partir del año 57 a.C. tomó parte en las disputas políticas entre los partidos senatorial y democrático en favor de la causa del senado. 

De su obra literaria se conservan 116 poemas, compuestos de 2 a 408 versos cada uno. Comprenden panfletos políticos, versos satíricos y de sociedad y las famosas elegías en que se basa su reputación. Aunque se inspira directamente en los poetas alejandrinos, sobrepasa a sus modelos en honestidad, intensidad y expresión emotiva.

Sergio Raimondi

(1968) nació y vive en Bahía Blanca, Argentina. Poeta, ensayista y docente. Formó parte del grupo Poetas Mateístas. Publicó Poesía civil (Vox, 2001; 17grises, 2010), editado también en Berlín, Alemania, 2005 y en Cáceres, España, 2012.

Su obra ha sido publicada en numerosas antologías nacionales e internacionales. En 2007 recibió la Beca Guggenheim por su proyecto Para un diccionario crítico de la lengua, del que se publicó un adelanto en Alemania (Berenberg, 2012). Durante el año 2018 vivió en la ciudad de Berlín becado por el prestigioso Kunstlerprogramm del DAAD. Ha realizado traducciones de Catulo (Catulito, Vox, 1999) y de fragmentos de Paterson de W.C. Williams (1998). Ha participado de un sinnúmero de festivales de poesía, entre ellos el prestigioso Rotterdam Poetry Festival y el Berlin Poesiefestival. Como ensayista, ha escrito sobre las relaciones entre poesía, política y economía en relación a Sarmiento, Alberdi, Martínez Estrada, Urondo y Lamborghini, entre otros. Licenciado en Letras, desde 2002 es Profesor de Literatura Contemporánea en la Universidad Nacional del Sur (UNS). Entre 2003 y 2011 fue director del Museo del Puerto de Ingeniero White. En 2011 fue nombrado Secretario de Cultura de Bahía Blanca, cargo que ocupó hasta 2014.

Ben Bollig

Es Profesor Catedrático de literatura latinoamericana en la University of Oxford y Fellow de St. Catherine’s College, Oxford. Su más reciente libro es Moving Verses: Poetry on Screen in Argentine Cinema (Liverpool, 2022). Ha sido, durante más de catorce años, miembro del comité editorial de Journal of Latin American Cultural Studies; con sus colegas del Journal editó Latin American Cultural Studies: A Reader (2018). Pronto se editará la edición bilingüe, Sergio Raimondi: Selected Poems, en co-traductoría con Mark Leech (Liverpool, 2023).