Big Sur


Hugo Savino

Dante:

Luego empujo el postigo de la puerta sagrada,
diciendo: «Entren; pero quedan advertidos
que afuera vuelve quien hacia atrás se mira.»

(Purgatorio. v.130-132. (Traducción de Rodrigo Grimaldi)

Jack Kerouac: Viejo de un billón de años.

 

Big Sur empieza en el sonido de las campanas de una iglesia de algún suburbio. Y toda la novela es una variación continua de sonidos que salen de las palabras que se hacen frase. Hasta el Océano Pacífico.

Ya hace unos años que se publicó En el camino.  Y que Jack Kerouac se «hizo famoso». La fama convoca a todos los no-lectores del mundo. Desde los que buscan «beatniks genuinos» hasta los que lo acusan de falsear el género. Una gran demanda de justicia literaria enloquecida se encarnizó contra Kerouac.  Es el Ejército de Salvación de la Literatura «reunido en la esquina» de los aullidos quejosos. Y lo peor: «el propio lamento». Huir en un tren transcontinental recorrido por 5000 kilómetros de paisaje. Voz pasiva. Marca francesa, según los correctores.

Las huidas deben completarse, no pueden quedar a medias. Huir de «la desesperación ebria». Que no es comparable a la de los libros sobre existencialismo o a la de tomar ayahuasca o mescalina o peyote. La desesperación que escribe Jack Duluoz se concentra en el delirium tremens: «es como si el “Stranger” de William Seward Burroughs ocupara de repente mi lugar en el espejo –».

Leer a Kerouac, y después la gente que habla de la literatura en general se vuelve insufrible.

Y «detrás de las enormes olas el mar azul», movilidad infraínfima,  y el «billón de años expuestos ahí delante» y en la arena ese coche cascajo viejo que se cayó a la playa hace diez años «chasis oxidado patas para arriba salpicado de neumáticos corroídos por el mar, llantas viejas, viejas butacas con el relleno y los resortes, una triste bomba de aceite, y ninguna persona.» Coche o perro muerto en ese paisaje eternamente visible. Big Sur no es hermoso, es pura reputación que se ausenta de los «espasmos blakeanos» de lo visible.

«Pero los escritores continúan cambiando palabras y haciendo pausas y borrando y re-arreglando los capítulos y manchando su cristal». (Dharma)

Malditas pesadillas alcohólicas de Big Sur que no le impiden no manchar el cristal. Hay lunáticos y «porteros  harapientos y sucios cocinando en pequeñas fogatas» –.

Kerouac sabe leer al Rimbaud estremecido.

«No quiero ser un héroe de la generación que sufre en todas partes / con cada uno —-

Quiero ser un santo tranquilo que vive en una cabaña en plena meditación solitaria / del espíritu universal —» (Dharma)

Sus amigos «deploran su suerte», es decir: tienen la esperanza de que el tiempo borre los libros de este arrogante que no se deja corregir. «Todos están furiosos contra mí porque conozco la verdad».

Y la indiferencia y la negligencia y el olvido y la ignorancia son tan grandes que uno se va al contraataque. ¿Cómo soportar esa violencia del alma bella y compasional? ¿No se entiende? ¿Paranoia? No sé. La indiferencia viene envuelta en seudo-fraternidad, seudo-franela de promesas. Los manuscritos quedan desparramados: «Solo pensar en todo eso me desagrada.- – – La Beat Generation, mis relaciones con Solomon & Allen & Holmes, el repudio de Giroux a mi poema dedicatoria (“No es una época de poesía”), la brutalidad del futbol, la vergüenza de la literatura, la confusión arbitraria de mi madre condenando la generación y todas sus actividades modernas & la condena arbitraria que hace la generación de las madres en adoración, mi habitación en la maraña de mis manuscritos, el odio que me causa tener que abandonar la idea de ganar mi vida como escritor justo en el momento en que mi suerte iba a cambiar.» (Dharma)

Al Bhikku de ese bosque donde está la casa de Lorenzo Monsanto se le va el alma por la canaleta. Y se lo quiere contar. Jack Duluoz le escribe a Jack Duluoz sentado en la otra punta de la mesa. Le escribe los temblores de la mano de la mañana alcohólica.

A las tres de la mañana se pone a leer Doctor Jekyll y Mister Hyde.

Jack Duluoz espera mensajes pero nunca suelta el cuaderno y el lápiz. Sentado en la arena escuchando el «aullido de la niebla».

Lo Paraíso Dante está siempre en un rincón de sus cuadernos de notas:

«Sé que tengo la apariencia de
Un ángel que llegó del cielo

Y que vive temporalmente en el infierno- -» (Dharma) Y su sonido es una frase y otra frase, que hacen visiones, y que  «atrapa a lo largo del sueño de una noche».

“Las recetas de cocina» (Pierre Guglielimina) de los que leen a Kerouac con la cultura.

Big Sur es también novela del escape. Al océano. Hay una intoxicación de la generación: «basta de excesos y disipación, ha llegado el momento de que me dedique a contemplar tranquilo el mundo e incluso gozar de él, primero en bosques como éste, y luego hablar y caminar serenamente entre la gente del mundo, basta de alcohol, basta de drogas, basta de fiestas, basta de encuentros con beatniks y borrachos y heroinómanos y todos los demás».

Jack Duluoz: «Estoy muy, muy lejos de la generación beatnik, en este bosque lluvioso –» Es que la generación se agrupa, come un poco de Marshall Mc Luhan, empieza a comunicar, te tironea, no te quiere en huelga, eligen al pequeño dictador solemne del que habla De Kooning, ese que te dice qué escribir, y quiere dirigir, y para eso necesita reescribir la historia.

Y está el mulo Alf, que camina vagabundo entre el alambre del corral y «la costa salvaje donde lo detiene el mar» Paisaje de un mulo.

Y está el viento que empuja ataque de locura. Pero antes fue el día en que consiguió «olvidar completamente quién era [..] dónde estaba, olvidar el tiempo vadeando el riachuelo.»

La revelación: «no es fácil de explicar y es mejor no mentir.»

Jack Duluoz sabe que el relato pretende ser la verdad de la literatura, el relato lo escriben los que practican el amor a la distancia: alguno de su generación que entró en la vía de ese «abolicionista fatuo, filántropo y malicioso» que difamaba a Emerson, al que Emerson le dijo: «Tu amor a la distancia es rencor en casa», se puso a la cabeza de la difamación Duluoz. Así que es mejor seguir escribiendo colinas hondonadas casa iluminada allá arriba del acantilado mirar al mulo Alf, darle una manzana. Y ponerse a escribir ese sonido del mar «porque James Joyce ya no andaría nunca por aquí ahora que estaba muerto (y fantaseaba “El año que viene escribiré el sonido diferente del Atlántico hablando al romperse en las costas nocturnas de Cornwall, o tal vez el sonido anestesiado del Océano Índico rompiendo en la boca del Ganges”)»

Kerouac escribe con todos los libros que leyó y que lee, siempre. Los cita, los repasa, les pide ayuda. Los demuele o los ama. El deber de escribir sobre el océano porque James Joyce ya no lo hará es una ensoñación bellísima, un futuro de poema. El continuo de la ensoñación. Sonidos del mar   contra  realismo lógico, pero a muchos les gusta hablar con la voz del amo. Someterse a los príncipes del pensamiento.

Jack Duluoz busca un «modo de entrar en el Paraíso». Invierte la impostura de ver el Infierno en todas partes, busca modos de reinventarse. Escribir los ruidos del océano Pacífico, en la boca de la noche, y que las olas de cinco metros de esa noche no te tomen la sopa, «ninguna palabra humana anuncia / el testimonio de una pena / más vieja que esta ola antigua» si no se la frasea, si no se escriben líneas de acumulación de notas.

Y «me siento con algunos libros».

Jack Duluoz es un Bhikku que se grita en francés: allo ti bonhomme («hola buen hombre»). El hay desencuentra la regla de lo dicho a dicho: «hay luz de luna en la noche de niebla…» «– hay una manzana para el mulo»,  «– Hay un pájaro azul» « – Hay un mapache o una rata arañando algo afuera, en la noche» Y es el asombro del que se volvió loco que escribe el libro del loco que fue: «Porque quién podría volverse loco estando tan tranquilo», corto la frase, toda la fuerza está ahí. Néstor Sánchez se preguntaba: «¿qué me queda por escribir: el libro del loco?» Jack Kerouac escribió su libro del loco. ¿Y Néstor Sánchez escribió a partir de un momento la locura de rebuscar en los signos anunciadores de la locura?

La pelea no es solo con los contemporáneos extáticos, es con los lugares comunes, es despojarse «de todos esos  pobres mecanismos de protección que son los pensamientos  generales acerca de la vida o las meditaciones bajo los árboles y lo “esencial” y  toda esa mierda».

En el camino, haciendo dedo en 1960, después de muchos años de no hacer, descubre que «ya no hay lugar para alguien que viaja a dedo». Llegó el P.T.A. y derrotó todos los deseos del viajero solitario, llegó la hora de las causas, en «los años 60, no es momento de pretender el Big Two Hearted River y pantalones manchados de barro y los tirantes de la carpa, o el fogón a la noche con un bourbon en la mano–». Otra comprobación de que «la sociedad es un error». «Los caminos recónditos y silenciosos de Norteamérica» ya no tendrán viajeros o vagabundos. No solo «la señora de anteojos negros y mueca despectiva se ha convertido en el piloto», en algún lugar se anuncia el joven burgués, el vanidoso revolucionario, que hablará en nombre de los obreros, es decir de Gabrielle.

Jack Kerouac: «Viajar no es tan bueno como parece. Solo una vez que se ha vuelto del calor y del horror se olvidan los fastidios y las incomodidades del viaje y se recuerdan las escenas singulares que se vieron –». Kerouac estuvo ahí, es el cronista de lo que vivió. Estuvo ahí y sucedió eso que vio. Lo que fue seguirá siendo. Hace dedo en 1960 y ve los coches con la familia, los trajes colgados en perchas en la parte trasera y descubre la mutación a consumo inevitable, y la desaparición del vagabundo solitario. Otra víctima de la historia. Kerouac escribe a contra relato de la  historia contada por los vencedores. «¿Qué le pasó a mi contemporáneo, el petirrojo, hoy a la mañana, Henry David Thoreau?».

Ayer con Rafael hablamos del capítulo 11 de Big Sur, una conversación de más de dos horas, le dimos vuelta a todos los nombres que Kerouac le da a sus amigos en las novelas. Nos centramos en ese momento en que Monsanto le anuncia la muerte de su gato y le pasa la carta de su madre Gabrielle. Su gato Tyke era una prolongación de Gerard. Y ahí está, deprimido, sentado junto a su amigo Monsanto, hombre de letras, en su despacho, situado encima de la librería, y Monsanto le devuelve a Duluoz la imagen de lo que soñó ser en algún momento: «una especie de hombre de negocios literarios con un escritorio con tapa». Le cuento a Rafael, que nunca se diplomó universitariamente hablando, que soñé con algo así, trabajar en alguna editorial, o ser traductor o profesor. Sueños de niño inquilino. De niño que será fatalmente lector de Céline y Jack Kerouac. Y entonces veo que mis amigos profesores me  critican y me reprochan mi falta de solidaridad social,  y Big Sur, la novela, me vuelve más paranoico, y a la vez me protege,  y Rafael, que es un paranoico radical, se pone a hablar de la muerte del gato Tyke. Y de ahí pasa al  mulo sagrado Alf que come manzanas y da vueltas cerca de la casa en la costa de Lorenzo Monsanto. Monsanto tiene un perro, Homero, y le recuerda a Duluoz que está Alf. Que busque consuelo en ellos. Pero no, «esa muerte escandalosa y extraña le toca también a los seres humanos» y esta conversación fue hace dos años, durante una de mis infinitas relecturas de Big Sur. Gabrielle está sola en ese 1960, tratando de evitar la invasión de beatniks idiotas que quieren ver a Jack Duluoz. Más cretino que un beatnik militante, imposible. Y pone un mueble como barricada y lo deja todo el verano ahí. Rafael me pregunta cuándo vamos a hacer ese viaje de fetichismo extremo a Florida y a Big Sur. Y no daremos explicaciones y nos cagaremos en todo los que nos llamen devotos. Somos devotos de un escribir único tal como se dijo en esa histórica conversación no grabada de hace cuatro años. Buscamos el verdadero nombre de Ben Fagan y el de Dave Wain. Y releemos en voz alta el fragmento de esa pensión de cuatro pisos en la que vivían Ben Fagan y Dave Wain y otros, «vivían la imagen exacta de lo que los periodistas quieren decir acerca de la Generación Beat», con esta diferencia: que la imagen no es la pintura y ellos no vivían en la imagen, como los periodistas o los beatniks que rompían la ventana de la casa de Duluoz, ellos escribían en la pintura. Ben Fagan, si uno entraba en su habitación y le preguntaba «qué le dijo el Bodhidharma al Segundo Patriarca», podía responder en el acto. Dave Wain sabía perfectamente hacer un bife Stroganoff. El rubio estafador que nunca sería Chet Baker,  camina pegado a Dave Wain. Que es «un poeta magnífico». Rafael recita una línea de uno de sus poemas: «Nos inventamos».

Allan Temko: «Ellos fueron los primeros en hablar de Céline, en parte porque Kerouac leía francés. Yo también leía francés. En realidad, Kerouac hablaba uan suerte de franco-canadiense que era un poco como el inglés de los montañeses de Virginia, un inglés del siglo XVII. A veces hablaba en francés con Jack, durante nuestros paseos por Far Rockaway, mientras mirábamos el océano en dirección a Francia.»

Allan Temko: «Jack adoraba el ruido de las locomotoras. Le gustaba escribir mientras escuchaba el jadeo y el entrechocamiento de los vagones en las vías. Tenía un buen oído – muy bueno, un oído absoluto.»

André Markowicz dice que el editor es el lugar común de su época. Pero cada tanto alguno edita a Ricardo Zelarayán. O los libros más secretos de Jack Kerouac. El Diario por ejemplo.

¿Dónde están los campos de ciruelos y los sembradíos de remolachas de hace unos años que se veían «en dirección al bellísimo Valle de Santa Clara»? Cody espera la visita de Jack Duluoz.  Y Dave Wain se pregunta dónde estará ese escritor que pueda tocar la vida en todos sus detalles, y se dice que nunca existirá ese escritor. Por abajo de este capítulo está James Joyce y sus ríos. Y Joyce se creyó ese escritor. Y por lo menos eso le sirvió para escribir lo sublime que escribió. Y todo su trinar. Y Dave hace una larga lista de lo que se lee en este “mundo múltiple y apilado”. Y unas líneas antes entra Céline: «me refiero Jack al increíble desamparo que sentí cuando Céline concluyó su Viaje al fin de la noche meando a la madrugada en el Sena, y pienso Dios mío probablemente habrá alguien esta misma madrugada meando en el río Terron, en el Danubio, el Ganges, el helado Obi, el Yellow, el Paraná, el Willamette, el Merrimack en Misuri, en el Misuri mismo, el Yuma, el Amazonas, el Támesis, el Po, y los demás, es interminable, son como poemas infinitos diseminados por todas partes».   Son los ríos de Jack Duluoz. La idea del poema infinito recorre todos los libros de Jack Kerouac. Kerouac logró saltar el cerco, y siempre en algún lugar hay un tipo cualquiera con un libro suyo. Tipos que leen solos. Ajenos a toda la estructura arpía que comenta libros llora mendiga patalea en el vacío. Esos lectores son «mártires de la Noche Americana» o de una eterna madrugada de Barracas a las cinco y media con el sol apenas saliendo a un costado de la plaza Herrera desde un colectivo. Ese yugo es «la trampa pegajosa de la ciudad». Pero con Kerouac en el sobaco.

Y Dave Wain lee ciudadCiudadCIUDAD. Y desde ese libro ve como «crecen los edificios cientos de kilómetros en el aire hacia todos los puntos cardinales y la gente observará la tierra desde otro planeta con super telescopios y verá una bola erizada de púas y suspendida en el espacio –». Se escucha también desde los libros, y se arma la visión en el oído. Y se le responde a un libro de Jack Kerouac.

Hay borracheras que se duermen en el suelo de una casa, de otra casa, de varias casas.

Todo este pasado culo de botella distorsionado que llega por hilachas descosido no lo cuenta como esos filósofos que son sabios después que todo pasó que franelean con el «acontecimiento» me cago tres veces en el acontecimiento de los filósofos lo adornan lo pintan se comen el crimen y las masacres comentaristas a sueldo del relato del poder Kerouac nunca escribió acontecimientos nunca escribió inglés-básico-comunicación no. Escribió contra los que aman la Historia sin los crímenes. Kerouac registró que el Dorchester fue hundido y que Samy Sampas murió en Anzio.

Herbert Huncke: «Jack solía venir cada tanto a la pocilga de Henry Street. Le gustaba mucho. Las ventanas traseras daban al puente de Brooklyn. Se veían las rampas de acceso al puente, del lado de Brooklyn. Por la noche, Jack se quedaba sentado ahí arriba mirando a través  de la ventana las luces de los coches, pero obviamente estaba tramando sus historias. Francamente nunca dudé de que se convertiría en escritor. Nunca hablaba de eso. Era muy discreto al respecto. Cuando se publicó La Ciudad y el Campo (en 1950), eso se grabó en mi memoria porque al otro día salí  de prisión».

Willie es el nombre del jeep de Dave Wain.

Jack Duluoz escribe «los vastos sonidos del mar». Solo o acompañado.

Duluoz menciona el cuaderno de notas de Fitzgerald.

«Qué maravilloso cuaderno de notas–». Y elijo esta cita de Scott Fitzgerald, no sé muy bien por qué, no tengo explicaciones, tal vez porque Big Sur es, entre otras cosas, una novela de amigos que conversan: es la nota 1263 del conjunto Observaciones del cuaderno Fitzgerald: «Cuando uno tiene treinta años quiere tener amigos. A los cuarenta años, sabemos que ellos no nos salvarán  como tampoco lo hizo el amor».

Y llegan al mar. Y Mac Lear mira y descubre una nutria  muerta y Jack Duluoz anota, sabe de cuadernos de notas: «mi nutria, mi querida nutria muerta […] mi nutria, mi querida nutria acerca de la cual yo había escrito poemas –“¿Por qué murió?”, me pregunto desesperado –“¿Por qué hacen eso?” – “¿Qué sentido tiene todo esto?” –».

Jack Kerouac también es un secuaz en la desesperación de esa dos preguntas infinitas y aterrorizadoras : « “¿Por qué murió” “¿Por qué hacen eso?». Que se cuelan en el alma.

Big Sur, toque a comicidad: los «grandes héroes sexuales de nuestra generación», Cody y Duluoz, dos tipos que por su educación católica no pueden desnudarse en una ridícula pileta de aguas termales.

Y el amor por Raton Canyon se puede morir y transformarse en horror.

Y también se escribe y se lee, y cada vez es más soledad, y uno, Jack Kerouac en realidad, finalmente, descubre que está rodeado de corazones creyentes. Y, tiene ganas de ir a dormir, pero no quiere ofender a nadie, y hace el esfuerzo de escucharlos: «Porque después de todo el pobre chico cree sinceramente que hay algo noble, ideal y bueno en toda esta cosa beat, y se supone además que yo soy el rey de los Beatniks según lo que dicen los diarios.»

¿Y si Big Sur es un cuaderno de notas, un notebook?

Jack Duluoz: «Necesito estar solo.»

Se puede acusar a Jack Kerouac de borracho e irresponsable y unos años después a Carlo Emilio Gadda de misógino, de gran escritor pero un poco desatento a lo social. Y seguir como si nada. Escribiendo en los diarios, mensajes de conciencia crítica que solo son buena conciencia. Escribiendo mensajes y análisis para confirmar ese «absurdo, para que los diarios  puedan existir.» (Balzac). Y siguen ahí, después de esas acusaciones, chotos bajo la higuera, campantes en sus mitos revolucionaristas de niños enseñantes. Contra algún «borracho caminando por los Bowery del mundo –». Y en esos «ensueños infantiles», o pesadillas, todos estos iluminados nos quieren despertar al mundo, enseñarnos dónde está la verdad, en esa buena conciencia que les atacó a la vejez viruela, nos advierten que es la última oportunidad, antes de la reeducación o el palo con clavos que mató a la Señora profesora Bian en 1966. Esa «sociedad de espías y mirones era en realidad la Sociedad Satánica.»

Para Kerouac hay «rosas de lo no nacido».

Kerouac cita a Milarepa diciendo que «el vínculo de la verdad permanece» y es verdad, sobre todo en los que dicen la palabra justa en el momento justo. Pero Milarepa no dijo que el vínculo de la ausencia también es permanente.

La leyenda: «Pat McLear es suficientemente atractivo como para hacer en la películas el papel de Billy the Kid, el mismo pelo oscuro, los mismos ojos ligeramente achinados que uno espera ver en la figura mítica de Billy the Kid (no en la vida del verdadero William Bonnie de quien se dice que era un monstruo cretino y lleno de granos).»

Jack Duluoz a Pat McLear: «yo soy un orfebre del lenguaje y tú un hombre de ideas.»

Y llega Cody a la cabaña de Big Sur, así, de repente, traje dominguero, mujer e hijos: agazapados en la escalera «todos en fila y firmes, luego pum, abrió la puerta y derramó un universo de oro en los ojos encandilados y místicos del gran hip Pat McLear y de mí mismo agradecido y estupefacto –». «No es que [Cody] intentara producir ese efecto: simplemente estaba allí con su misterio dramático e innato». Reencuentro y aterrizaje en la franja de la leyenda.

Leo a Jack Kerouac y desinstalo mi paranoia. Es un reloj maldito atado a la suela de mis zapatos. Saco de mi bolsillo la otra regla: no ir ahí donde lo tuyo nada vale. Necesito hablar horas de literatura, como Duluoz y McLear. Lo intenté el otro día. No funcionó. ¿Tan mal hablo francés? ¿O se asustó? Yo solo quería hablar de Louis Chevalier. No quería que me cuenten melodramas destilados con ese aire de subjetividad absoluta. Algunos revierten la admiración en odio tenaz, otros en malicias sobre los muertos. Es consecuencia de no leer a Osip Mandelstam. Pero me cansé de ajustes de una cuenta a la otra. Mi paranoia oscila, trata de tener en cuenta la frase de Cody: «Para manejar en las montañas no hay que hacer movimientos nerviosos, los caminos no se mueven, es uno el que se mueve –». Y de paso descubro esta frase que le va anillo al dedo a Cody: «¡comprarse coches nuevos!…  es una manera de salir del Tiempo, de la gente y del espacio…». (Céline).

Cody y Jack se deslizan por una ranura de la cabaña y otra vez están  «solos en un auto a la noche siguiendo a los golpes la línea hacia ningún lugar específico». Y «Frisco brilla ante nosotros». Y de repente la certeza o descubrimiento de que «todo lo que vivimos juntos y separados se ha convertido ya en una biblioteca –». Y de que Cody nunca escribirá. Y estos «documentos neblinosos o documentos de la Niebla» saldrán de los estantes a pesar de la caterva de críticos encarnizados que tratan de que esta obra no sea admitida. Esos documentos hacen crujir los doctos clisés sobre la lengua y la sordera programada.

Y Cody tiene algo que muy pocos tienen: «el ¡horror del conocimiento del mundo cuando todo ha sido dicho y hecho.» Y con ese horror se está solo. Es intransmisible como un relato de Varlam Shalamov.

Y está «la educación basada en histéricas» teorías  cognitivo-ocultistas californianas, melodramas karmáticos, choques de «almas en esta dimensión por medio de algún Karma incumplido en otro planeta», y Jack Duluoz se aburre escuchando ese lado Cody que viene a través de Billie,  y no quiere entrar «en ese tema», solo le interesa su voz: «Su voz es lo más importante –» Porque la voz es el único escándalo, es lo que enloquece al decoro  narrativo, la voz a veces es más de lo que el sentido común puede soportar. Pero está el odio y están los celos. En esa guerra de las voces. Eso también está en Big Sur. Jack Kerouac  finalmente dijo que su maestro era Louis Ferdinand Céline. Y ese oído absoluto de Kerouac le permite oír la «histeria efímera oculta en el aire encima de las azoteas entre ciertos círculos y que conduce siempre al suicidio y a la parálisis» . Un escritor extraviado puede escuchar la ausencia de voz en esos círculos que serán sociologizados en un museo futuro. Escuchar en el momento justo el clisé de una generación es quedarse solo. Ahí nadie escuchará Big Sur.  Y el que está solo no puede cultivar esas imágenes y recurre a Van Dyck, la pintura no es la imagen, y en un sueño de Duluoz los «beatniks» ya tienen la calle a su disposición, las autoridades no necesitan intervenir, así que quedan los viejos cuadros de Van Dyck, con gente de «perfiles intensos, graves, desconfiados –»  para escuchar el mundo.

Jack Duluoz enloquece como en una novela de Dostoievski. Y nadie puede parar esa locura. En realidad se enloquece imparablemente solo: «Leo conspiraciones en cada línea.»

Loco o no loco hay que llevar la carga «del remordimiento incurable de que sea cierto que la obra chapucera del tiempo no ha forjado sus amaneceres primigenios sobre los pinos de Oregón».

Y de repente está el descubrimiento también intransmisible de la propia estupidez y ya ese tranco corto de dar a leer lo que uno hace se acaba, y se escribe o se deja de escribir, para uno mismo, según el humor, y está el otro sentimiento, el de descubrir que  «Ben Fagan es el único que puede entender». Uno solo. Y escribir en dirección contraria al rey de los Beatniks, como hizo, si no qué: «¿conferencias en la universidades de Utah y Brown y hablarles a los chicos gastados?» – «¿Gastados con qué?» – «¿Gastados por la perfección desesperada de la esperanza pionera y puritana que no deja otra cosa que pichoncitos muertos?» La fama que dan algunos libros, además de ser un diario viejo llevado por el viento de la calle, es un franeleo con esos jóvenes gastados y no lectores, industriosos, que rascabuchean recomendaciones. orientaciones, becas, carrera.

La desesperación te puede llevar a preguntarte si caes bien.  Y además, Céline lo advirtió: están «los ídolos de la juventud.», y Kerouac tuvo la oportunidad de ser uno, y se fue a casa y al boliche de la esquina. Esta crónica Kerouac son notas. Y más notas.

El viaje  es «una ansiedad de buscar la próxima aventura, algo que ocurre en Norteamérica desde que las carretas con toldo medían el tiempo de los desiertos en llanuras de tres meses –».

Visitante efímero de la Costa y tal vez de casas y lugares y siempre atravesando el país o viajero extraño o un outsider con Shakespeare en el bolsillo que vuelve para escribir esa extrañeza de un tipo que mira por la ventana.

Y van de nuevo a la cabaña: Dave, Romana, Billie y Jack Duluoz y están ahí, y estarán siempre las olas joyceanas y cada vez que uno contemple esas olas estará  James Joyce. Y está la seguridad de que James Joyce nació, y Dios quizá no. Joyce nació y escribió.

¿Y si escribir en un cierto registro es ir hacia un mantener  la boca cerrada? Hacia la convicción muy difícil de alcanzar, esa que dice que el silencio también está en el lenguaje. Y desde el silencio escribir el alcohol, los monstruos del bosque, los árboles shakespearianos que se mueven hacia la casa, el balbuceo cotórrico de voces alrededor de la cabaña, la promesa que será incumplida de no escribir más pero un seguir leyendo que lo llevará a un seguir escribiendo.

Y se lee para no meterse en «la zona oscura del  pantano de Hemingway.» Y está Freud, y aparecen los agujeros. Y finalmente Jack Duluoz se queda dormido, y despierta y el sol de la mañana lo mira y hay un silencio milagroso y las chicas y Dave ordenaron y limpiaron todo en la cabaña. Y al lector le queda por leer el apéndice: el poema MAR, Sonidos del Océano Pacífico en Big Sur: «Los peces del mar / hablan bretón – / Mi nombre es Lebris / de Keroack –».

 


(Texto que forma parte del libro Jack Kerouac en el bosque de Arden, Arena Libros, 2023)


Hugo Savino

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