Fotografía © Caról Pastenes Barias

El rito nocturno


Juan Erbin

Las luces bajan. La música de fondo va desvaneciéndose lentamente. El artista invitado a abrir, a calentar la pista, finaliza su sesión. La tensión y la adrenalina suben. Los convocados entienden el código. La experiencia va a comenzar.

Ya sea en un club o disco, en una casa, o en un antro. La escena se repite, una y otra vez. A lo largo de diversos y distintos países, en grandes ciudades, y aún en los lugares más recónditos. La escena se repite, en mayor o menor medida, a lo largo del denominado “mundo occidental” y también se repite en varios lugares del mundo donde imperan culturas hinduistas o budistas.

Millones de personas repiten la escena y la eligen como una de sus actividades de esparcimiento o distensión habitual, por sobre ir a bailar latino, pop, tropical, o por sobre ir a escuchar una banda de rock. Incluso amantes de todos esos estilos musicales. Incluso quienes abrazan el Jazz, la música clásica y el candombe. No se trata de géneros ni preferencias sino de la diversidad de la comunión.

El mundo de la música dance o música electrónica, sus clubes, fiestas o encuentros, es una variante de actividad recreativa que se encuentra fuertemente arraigada, que ha ganado un interesante espacio en el mundo.

Uno o varios djs enfocados en un sonido o estilo de música electrónica comandan a una troupe de baile que no abandona la pista hasta el final. Allí, agotados, regresan a sus hogares, satisfechos de cuerpo y alma. Algunos continúan en busca de otro evento, club, bar o after, para repetir el ciclo. Otros, en paz, prefieren ir a descansar con las reminiscencias de lo vivido, dormir o simplemente mirar el horizonte con música suave y algo de comer y beber para reponer energías.

Pero, ¿hay algo más que una salida de viernes o sábado por la noche? ¿por qué se genera esa seducción y esa atracción? ¿Cuál es el origen de este fenómeno que cautiva a quienes se entregan, venciendo en muchos casos prejuicios y tabúes?

La mirada o visión que tiene la opinión pública pareciera agrandar los cuestionamientos, o bien distorsionar las respuestas, simplificándolas. Muchos centran el análisis en el sexo y las drogas. Otros en tendencias o moda. Otros, directamente no la comprenden y ni se preguntan qué hay detrás de ese “ruido”, como despectivamente se refieren a la música electrónica.

Para comprender la escena, alguna respuesta podría buscarse en los orígenes antropológicos del hombre. El trance extático que parecería estar presente en esta actividad moderna, ha existido a lo largo de la historia del hombre.

El éxtasis, como ese «estar fuera de sí» –paradójicamente, al tiempo que el individuo se vuelca «dentro de sí»– implica una ruptura con la espacialidad y la temporalidad habituales y, a la vez, supone un estado de «alteridad oscilante» entre niveles distintos de consciencia, entre la experiencia sensorial y lo inconsciente. Este proceso-estado, no obstante, se encuentra inscripto en un complejo entramado de valores socioculturales que otorgan «sentido, contenido y eficacia» a la experiencia extática, según enseñan Lévi-Strauss y Fericgla.

«La chorea mystica (‘danza del culto extático’) no era desconocida en la antigüedad. En un papiro mágico griego leemos ‘Ven a mí, tú, que eres el más grande en el cielo, a quien se le ha dado el cielo como pista de baile’. Es en la danza del éxtasis donde se revela este secreto: el Logos declara que él es, en efecto, quien ha danzado todas las cosas, relata Meritxell Masachs Serra citando a Stephan A.Hoeller.

Sven Vath (55 años), icónico DJ alemán, quien ha vivido la escena electrónica desde el año 1982, dueño del sello Cocoon Records y símbolo del Techno, hace unos años planteaba esta cuestión: “El Trance es, desde mi punto de vista, un estado de la mente. La música Trance es, de hecho, algo creado por los chamanes y los chamanes hacen eso simplemente con tambores, con esos sonidos, para que «entres en trance», porque, «entrar en trance» es seguir un ritmo receptivo reiterativo que te guía a crear la apertura, la predicación en el estado de la mente, de trance. Y en lo que pienso cuando digo que mi música tiene elementos Trance, es que cuando pincho mi música concentro mis beats de un modo en el que siempre se esconde una línea hipnótica con el propósito de que las personas entren en la música.

Música y trance extático. Una relación y vínculo que se encuentra desde tiempos inmemoriales y en los más diversos rincones del mundo, muy ligada a civilizaciones que, comúnmente, denominamos primitivas, liga la escena electrónica con tradiciones ancestrales, otorgándole un posible sesgo sagrado, y nos permite hablar de una cultura clubber o raver, que va más allá de una salida de sábado por la noche.

Para la psicología, el trance extático es una salida del ego fuera de sus límites ordinarios en virtud de nuestras pulsiones afectivas innatas y más profundas. Se trata de un estado extraordinario de consciencia despierta, determinado por el sentimiento y caracterizado por el arrobamiento interior y por la rotura parcial o total con el mundo exógeno, dirigiendo la consciencia despierta —entendida como “capacidad para conocer”— hacia las dimensiones subjetivas del mundo mental. De ello se sigue que la expresión completa más adecuada sea la de “trance extático”, ya que así se indica un proceso mental que acaba desembocando en un estado cognitivo alternativo, una de cuyas características es la de presentar una cierta estabilidad.

Por su parte, para cierto sector de la antropología, esta forma de consciencia extraordinaria ha sido, y es, vivida por el ser humano como máxima manifestación de la unión con su divinidad o con el mundo animista culturalmente definido.

Entonces, ¿cuál es el punto en común entre el trance extático y el rito nocturno de bailar por largas horas seguidas al ritmo de sonidos electrónicos, luces e imágenes de diseño?

Tanto el chamán amerindio o siberiano especialista en transitar por procesos de trance y estados cognitivos alternativos, como el místico cristiano que lo vive en forma de máxima unión amorosa con la divinidad, se mueven dentro de un orden sistémico de relaciones socioculturales que dan sentido, contenido y eficacia a los valores que ellos usan para ordenar tanto la realidad sobrenatural como la natural. Ellos intentan, desde el trance extático, crear nuevas posibilidades y líneas de adaptación por medio de la comprensión y manipulación de la imaginería mental (auditiva, visual, táctil o afectiva) generada a partir de un estado de disociación mental; estado que, a pesar del dolor inicial que produce, el chamán o místico busca y domina.

El Dj que conduce una pista de baile, ¿tiene estas aptitudes de chamán? ¿qué hay en las raíces de la búsqueda del manejo de pista, la generación de climas mediante la mezcla de tracks –canciones sintetizadas por medios digitales- de modo sincronizado y armónico, en la construcción de un set con la intención de transmitir los sentimientos del artista?

Volviendo a las ciencias sociales, se sostiene que el especialista en moverse dentro de estos estados mentales alternativos es quien cumple ejemplarmente con la función, gracias a su entrenada capacidad para decodificar “aquello” que el ritmo musical le ayuda a controlar.

Así, quienes han estudiado a estas culturas encuentran como patrón común que todo ello, además, sucede dentro de un contexto ritual que la mayor parte de las veces incluye el consumo de substancias enteógenas (psicotropas) o la práctica de técnicas de respiración muy específicas que provocan una hipoxia cerebral y que vienen reguladas justamente por la música que el sujeto extático canta o baila.

Por ello, también se ha dicho que ese estado es un proceso y estado cognitivo donde la consciencia humana parece ser capaz de discernir cada uno de los personajes que llevamos en nuestra psique y observar la relación que se da entre ellos, proyectándolos muchas veces fuera del ámbito subjetivo en forma de entidades espirituales refrendadas por la cultura del tiempo y lugar.

En ese club o fiesta, en la masa danzante, se observa un sinfín de situaciones. Vemos quien en silencio se deja llevar por los sonidos y ritmos y no quiere que nada ni nadie lo interrumpa en su introspección. Evita charlar y todo aquello que lo aparte de su viaje interior.

También están quienes aprovechan el encuentro para, en un diálogo eterno, redescubrir cosas del pasado, presente y futuro. Quienes danzan, ríen, gritan y lloran. Todo bajo el clima generado por la música, y el ambiente de luces y flashes, o de profunda oscuridad.

Eso sí, todo ocurre con el continuo movimiento corporal al ritmo de la música, el beat marcado por el DJ, entrando y saliendo en las sensaciones y sentimientos que las escalas mayores –alegría- o menores –tristeza, melancolía- el artista ofrece.

Concluye la ciencia antropológica que, desde el punto de vista fisiológico, el trance extático se caracteriza por una aparente disminución de la percepción y de la sensibilidad corporal dirigidas al mundo exógeno, y por una merma de la movilidad corporal.

Acaso tal vez, en la escena clubber, en el mundo de la música electrónica, parte de la sociedad moderna, agnóstica, atea, y cosmopolita haya encontrado un espacio ritual donde dejar salir algunos de los aspectos inherentes a lo más intrínseco de lo humano. Una búsqueda de una mirada de ellos mismos y, también, de respuestas a preguntas que flotan en el inconsciente individual o colectivo.

En estas raíces antropológicas, también podría explicarse la razón de este fenómeno que muestra cómo un gran número de personas alrededor del mundo, de distintos orígenes y culturas, adoptan un estilo de vida en el que la música electrónica, y lo que ella genera, se convierte en un eje principal de su cotidianeidad.

Éxtasis, búsqueda interior, disfrute de lo sensorial, introspección y redescubrimiento de uno mismo: quizás el trasfondo profundo de una escena catalogada como banal, casualmente, por quienes la desconocen.


Juan Erbin

Productor de música electrónica. Editó música en diversos sellos como Nube Music Records, Droid9 Records, y Massive Harmony Records, entre otros. Dj desde el año 2000. Padre de dos hijos y apasionado de la práctica del fútbol. Además, es abogado y profesor universitario.